Ir al contenido principal

Inocencia trágica


Tomo prestado este título que Ágatha Christie usó en una de sus mejores novelas para encabezar esta reseña personal sobre “Niágara”, una película extraña, extrema, exageradamente llena de emociones. Y, aunque la chica es alguien que te abruma, quiero comenzar deteniéndome en él. 

Pocos actores tan versátiles como Joseph Cotten. Elegante, educado, con clase y con la extraña facultad de cambiar de registro usando, solamente, dos recursos. Su sonrisa y su mirada.

La sonrisa de Cotten puede ser pérfida, desgraciada, ilusionante, confiada, amable, dispersa, paranoica, puede expresarlo casi todo. Las sonrisas son el signo distintivo de cada uno de nosotros. Podemos imitar una voz o un gesto, pero la risa, la sonrisa, son inimitables. Sabemos que, en ocasiones, una risa franca, abierta, encantadora, es un arma de seducción que no tiene apenas comparación con nada. En otras ocasiones el misterio se deshace al ver reír un rostro que, estático, puede significar algo, pero que no sabe flotar en el mágico universo de un gesto tan cotidiano como reír. 

Joseph Cotten ríe con la boca y con la mirada y también sus ojos tienen la fuerza de mostrarnos su personaje de una forma directa, sencilla. Él puede hacer de todo, transformarse en cualquiera, y a fe mía que lo logra. Este chico de la alta sociedad, que nació en 1905, que estudió interpretación, que fue crítico de cine, actor de teatro y debutante afortunado en la mítica “Ciudadano Kane” de su amigo Orson Welles, aparece como un ser camaleónico en algunas de mis crónicas particulares de cine que aparecen en este blog (por ejemplo en "La sombra de una duda" o en "Luz que agoniza", dos de mis películas míticas) que son aproximaciones personales a ese mundo que forma parte de mi vida como si yo misma hubiera traspasado la pantalla en un ejercicio propio de Mia Farrow en “La rosa púrpura del Cairo”, uno de mis Allen favoritos, precisamente por eso, por la posibilidad de cruzar el espacio y penetrar en la película. 


Y, ahora que lo pienso, recuerdo una vez, siendo casi una niña, en que una película me impactó tanto que soñé con que el chico atravesaba las huertas de detrás de mi casa, trepaba por la azotea, desafiaba al viento de levante, cruzaba la casapuerta y el patio, dejaba atrás los arriates y llegaba hasta donde yo, como solía, estaba sentada en una silla baja leyendo un libro junto a ese librerito blanco que contenía las joyas más preciadas, sencillas ediciones que guardaba, que guardo, como el mayor tesoro…Pero esa es otra historia y habrá de ser contada en otra ocasión, Michael Ende dixit

Siendo Joseph Cotten un actor exquisito, al que mi madre admiraba de una forma especial, padeció la injusticia de no haber logrado nunca ni siquiera una nominación a la preciada estatuilla dorada semejante al Tío Óscar, algo que parece incomprensible si repasamos su nómina de actuaciones. A las que hemos comentado aquí habría que sumar, desde luego, “El tercer hombre”, fascinante ejercicio a medio camino entre el thriller, el terror y el film de espías. Pero estas cosas ocurren. Coincide un año en el que hay concurrencia de películas buenas y te quedas sin nada. Y, al revés. El tema de los Oscar merecería una reflexión harto sesuda, desde luego. 

Aunque resulta difícil quedarse con uno de sus perfiles, este que encarna en “Niágara”, el papel de marido obsesionado ante las supuestas infidelidades de su preciosa esposa, me parece pleno de posibilidades, capaz de hacerme, incluso, abandonar por una vez mi incondicional pasión Monroe, tan arraigada, por otra parte. El sufrimiento de este hombre enamorado hasta llegar a unos extremos difíciles de entender por las personas normales que amamos desde la sencillez, es un elemento fundamental de la película, de su universo emocional, de su estructura. “A tus brazos me rindo sin poner condición”. 

Además, el paisaje. El paisaje se convierte en protagonista de la trama, en un telón de fondo con vida propia, en un aviso, en una posibilidad, en un instrumento. Las cataratas, con sus laberintos de pasillos húmedos, sus chorros de agua imparables, sus artilugios de subida y bajada, logran hacernos sentir la claustrofobia del aire libre, la amenaza de una desgracia inminente, de un salto cualitativo en el mal. Los impermeables negros confunden la visión, nos arrastran, nos impulsan a resguardarnos dentro de nosotros mismos, a modo de caparazón, de defensa inmediata ante la inseguridad de algo que va a ocurrir sin que podamos evitarlo. “Reniego, te maldigo, pero sin ti me muero”.


En “Niágara” la cara tiene su cruz. Y los protagonistas, George y Rose Loomis, son los antagonistas de la otra pareja, la idílica, la sencilla y tranquila pareja de recién casados formada por Ray y Polly Cutler. Yo te quiero, tú me quieres, nos queremos. Así conjugan el verbo amar los Cutler. Ellas, Rose y Polly, son dos mujeres opuestas. Cada una se viste de modo diferente, se maquilla, se perfuma, se mueve, de manera distinta. El contoneo de las caderas de Rose destaca sobre el fondo de la imagen y sentimos que ese movimiento nos lleva a la ruina. “Causa de mi perdición, que me perdone el Señor, sin ti no puedo vivir”. Por contra, Polly es el remanso de paz, la seguridad, la lealtad que se expresa en una mirada franca, en una cara apenas maquillada y en unos gestos firmes. La misma deliciosa rebequita de punto con la que Joan Fontaine enamoró al señor Olivier, allí, en el plácido escenario de Montecarlo

Jean Peters y Marilyn Monroe tienen algunos paralelismos. Ambas habían nacido en 1926. Las dos se casaron tres veces. Pero sus diferencias son tan evidentes… La cara y la cruz. Peters había sido maestra y vivió hasta el año 2000 una existencia completa y plácida. Monroe comenzó siendo modelo y murió, trágica y prematuramente, en 1962. Quizá los papeles que ambas interpretan en “Niágara” anuncien ya esa opuesta trayectoria vital y ese final tan distinto. Hay una clase de amor que destruye y otra clase de amor que transcurre como un río apacible, desde su nacimiento a su desembocadura. Si la suerte es propicia, el amor puede ser largo y llano. Pero, si las cosas se ponen difíciles, entonces aparecen los meandros, los saltos de agua, los desniveles, los accidentes del terreno que convierten un paisaje familiar en una atroz pesadilla…”Tiene el corazón razones, que nadie sabe explicar”.

Nada causa más desasosiego que la maquinación de la maldad en un rostro bellísimo, en unos ojos dulces y abiertos a la vida, en un cuerpo hecho para el amor. La maldad en la belleza asusta porque no podemos defendernos ante ella y vamos derechos al desastre. Como si fuéramos mariposas atraídas por una llama fatal, hay una clase de amor que no conduce al paraíso. “Sin ti no puedo vivir”. 


Sinopsis:

Dos parejas coinciden en un motel para pasar una estancia vacacional en las cataratas del Niágara. Tan curioso lugar sirve como escenario para planear y llevar a cabo un asesinato. 

Algunos detalles de interés:

Henry Hataway (1898-1985), que rodó esta película en 1953, fue uno de los primeros directores de cine en atreverse a rodar en exteriores. 

El fantástico guión, con vuelta de tuerca incluida, estuvo a cargo de Charles Brackett, Walter Reisch y Richard Breen.  Por su parte, la música es especialmente adecuada al tono de incertidumbre que planea sobre toda la película y su autor es Sol Kaplan. Merece especial atención el apartado de la fotografía, espectacular, contraponiendo la idílica presencia del motel en el entorno natural con la apabullante fisonomía de las cataratas en su extraña composición de piedra y agua. El director de fotografía fue Joseph MacDonald

La 20th Century Fox produjo este drama con un extraordinario reparto encabezado por Marilyn Monroe, en uno de sus mejores papeles, Joseph Cotten y Jean Peters. Richard Allan representa al amante, Patrick. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co