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Ellen Glasgow, de Virginia


Hace más de diez años que empecé a descubrir escritores que no había leído antes. Me aparté de los circuitos normales de la lectura, di un salto y empecé a buscar y a encontrar, por mi cuenta y sin otra guía que la intuición lectora, a gente que era de otra forma. Lejos de los premiados anuales, lejos de las recomendaciones de críticos, lejos de la puerta de las librerías en las que se colocan las novedades patrocinadas, allá en la trastienda y rebuscando mucho, encuentras las joyas que, desde entonces, han formado mi nueva biblioteca, la más genuina y personal. La primera de esas escritoras fue Ellen Glasgow a quien descubrí en las navidades de 2008, recién salido su único libro traducido al castellano, "La vida resguardada". 

Hay muy pocos datos sobre ella y el resto de sus novelas permanecen sin traducir, lo mismo que su autobiografía que califican de espléndida aquellos que escriben de sus obras en otras latitudes. En Estados Unidos Glasgow es una autora de culto, que formó un tándem único con Willa Cather en los años de su mayor éxito editorial. Cather habla de los pioneros en Nebraska y Glasgow era virginiana, oriunda de esa tierra que perdió la guerra y que, desde entonces y hasta los años más plenos de la escritora, arrastraba la pátina del desencanto y de la desintegración. 

Virginia es una tierra literaria y, como alguien ha escrito por ahí, "La vida resguardada" podía haber sido una excelente novela romántica, porque reúne todos los ingredientes y todas las historias para ello, pero la mirada de Ellen Glasgow no tiene esa perspectiva y su ironía y su forma crítica de ver los hechos y a las personas que retrata hacen imposible esa catalogación. Más bien es la narración de un tiempo desaparecido, una especie de canto a la tierra que ya no existe, un recordatorio de que anclarse en el pasado es perderse. 

Es el análisis inteligente, la vuelta de tuerca eficaz, la descripción razonada, lo que caracteriza su escritura, al menos en esta obra que nos es dada a conocer. No deja de resultar curioso que su fama se haya apagado en comparación con la de otras escritoras contemporáneas pero eso tampoco debería extrañarnos. Ocurre demasiadas veces y solo las causalidades nos permiten llegar a estas rara avis que adoramos.


El libro es una joya. Sus personajes terminan atrapándote y lo mismo el argumento. No tiene esa ampulosidad de las novelas que pretenden convencernos de algo, más bien lo contrario. Su escepticismo traspasa las palabras y llega hasta nosotros haciéndonos que seamos los que busquemos las razones y las expliquemos. En cierto sentido hay un aire filosófico en la historia, unas consecuencias para la vida que todos quizá intentemos comprender y aplicarnos. Hay, sobre todo, un relato vibrante, una posibilidad de encuentro con quienes forman el tapiz más cierto de la sociedad decadente que la autora había conocido y que sabía ya casi extinguida. Una mirada crítica pero no feroz, sino más bien, compasiva. Estimulante y comprensiva. Empática. Racional. Viva.

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