Ir al contenido principal

Cuando Lucia se enamoró de un héroe


Es uno de los cuentos que forman el volumen "Una noche en el paraíso". Es un cuento muy corto. "Michael Templeton, era un héroe, un adonis, una estrella". Así comienza el relato en el que ella, Lucia, acompañada del hermano de Michael, el joven Johnny, son testigos del accidente de moto en la carrera mortal que terminó con la vida de quien se la había jugado en la guerra. Nada mejor que las fotos de Tony Vaccaro, el fotógrafo soldado, para ambientar esta reseña que quiere reconocer la forma extraordinaria en la que, en unas pocas páginas, Lucia Berlin es capaz de contarnos toda una tragedia. Y cómo lo hace sin estridencias, sin lágrimas huecas, sino con la aceptación, la serenidad de quien sabe que en la vida puede pasar de todo. Es esa su marca, su huella, su estilo. Contar lo complicado con palabras de gentil armonía. 

"Hay ciertas cosas de las que la gente nunca habla. No me refiero a las cosas difíciles, como el amor, sino a las más bochornosas, como por ejemplo que los funerales a veces son divertidos o que es emocionante ver arder un edificio. El funeral de Michael fue maravilloso" 

Michael era un héroe de guerra que no había sabido sobrevivir a la paz, como tantos otros. Un drama para él y para las familias. Por eso se jugaba la vida en las carreras de motos y por eso ahogaba los recuerdos con alcohol. Pero, a la hora de morir, la heroicidad de Michael aumentó y, aunque sea de forma irónica, una tierna ironía, Lucia comenta que la gente pensaba que había muerto por el rey, por la patria, qué sé yo. 

Por eso fue un funeral de categoría en el que hubo carrozas y caballos y rezos por el rito anglicano. Berlin relata paso a paso todo el desarrollo del oficio, cómo los compañeros de Michael estaban por allí, compungidos, cómo su padre discutía acerca de qué hacer con el casco de piloto de motos, cómo todos los corredores lanzaron sus propios cascos sobre el féretro, a modo de música acompasada que tenía su significado. Puedes imaginarte la legión de motoristas (hoy diríamos moteros) vestidos de negro y atronando sus máquinas, rodeando el cementerio y lanzándose luego a la carretera, todos en formación, alejándose de allí en tromba, en una especie de homenaje póstumo. Antes de eso, algunas chicas muy jóvenes se desmayaron, cumpliendo el rito del dolor y demostrando que ese hombre, Michael, les había robado el corazón a muchas de ellas. Pasado el tiempo, cuando estuvieran casadas y fueran madres de familia, o quizá solteras convencidas, seguirían recordando al hombre que las hizo llorar con su marcha apresurada, sin sentido, a bordo de una motocicleta, cuando había sido capaz de surcar los cielos con su potente bimotor, a todo gas, sin que hubiera enemigo posible. 

Sé qué sucede cuando el duelo te llega por alguien demasiado joven para morir. Ese año que dicen los expertos, es, verdaderamente, un año. Cuando transcurre te preguntas qué hiciste, qué pensabas, qué hacías, dónde estaba la fuerza, dónde la rabia. El duelo te coge de sorpresa y te azota, hasta convertirte en alguien que no reconoces. Eres otra persona y nunca serás la que eras antes. La peluquería desaparece de tu agenda y esa es la primera prueba, la prueba exactísima, de que tu imagen ha dejado de importarte, de que vestirte es obligación y salir a la calle una dura odisea. Andas por la ciudad sin encontrarte, sin mirarte en los escaparates, notando una ausencia a tu lado que no puedes explicar, que no puedes evitar. El mundo sigue, pero tú te has parado. Difícil de explicar, más difícil aún de vivir. 

Así es la narrativa de Lucia Berlin. Observa la realidad con su punto de vista tan especial, tan lleno de acidez mezclada con una cierta comprensión del mundo. No es una mirada usual, ni tampoco una manera de narrar al uso. Es como si tuviera una visión más allá de lo que los demás observan. Su propia vida fue un ejemplo de originalidad y eso se trasluce en su obra mucho más de lo que es común en los escritores. En este cuento destaca la amargura de la pérdida de una vida joven y el desencanto que produce constatar que el mundo sigue girando a pesar de llantos y ritos. La paradoja de que un valiente piloto de guerra muera en una carrera de motos no deja de ser otro motivo de reflexión acerca de la veleidad de las circunstancias. Te llega dentro y te inquiere con preguntas. No hay respuestas, pero es que nunca las hay. 



Polvo al polvo. Cuento de Lucia Berlin (1936-2004). Incluido en "Una noche en el paraíso" Editado en castellano por Alfaguara en 2018, con traducción del inglés de Eugenia Vázquez Nacarino. Colección Narrativa Internacional. También en esta editorial su libro de relatos "Manual para mujeres de la limpieza"

Fotografías de Tony Vaccaro (Nacido en 1922 en Greensburg, Pensilvania). Realizó una importante serie de fotografías entre los años 1944 y 45 recogiendo las imágenes impactantes de la II Guerra Mundial. 

(Reseña de 22-11-2018)

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la