Ir al contenido principal

"Papá se ha ido de caza" de Penelope Mortimer

Este es el segundo libro que la editorial Impedimenta publica de los escritos por Penelope Mortimer (1918-1999). La vida de esta autora es tan interesante como sus propios libros. Es más, podríamos decir que en esa vida encontró el principal vivero de temas de su literatura. Esos temas se resumen en las relaciones entre parejas y todo lo que circula alrededor. Hay una visión pesimista que es un reflejo de lo que Mortimer había vivido. Ese desánimo bien podía venir, incluso, de su infancia, con un padre escasamente protector, más bien todo lo contrario. 

Penelope Mortimer publicó su primera novela con el nombre de Penelope Dimont porque ese era el apellido de su primer marido, Charles Dimont, corresponsal de la agencia Reuters. Ella había nacido en un pueblecito de Gales en 1918 y durante los años que van desde 1937 hasta 1949 estuvo casada con Dimont con el que tuvo dos hijas. Luego conoció a John Mortimer, del que tomó su apellido y con el que tuvo un hijo y una hija. Entre estos dos matrimonios hubo algunas relaciones más y otros dos hijos. Parecía que la maternidad era para ella la única verdadera forma de afianzar lazos indestructibles, porque, desde luego, no valía el amor, ni las parejas ni el matrimonio. La rareza de Penelope Mortimer no está en que tuviera fracasos sentimentales o matrimoniales sino en sacarlos a la luz de esta forma tan singular y tan atrevida, dado el momento en el que se producían, tiempos de hipocresía y de ocultación.


(Fotografía de Penelope Mortimer)

Podíamos pensar, sin embargo, que la escritura para ella era un mero desahogo y que estaba más ocupada en vivir. Pero nos equivocaríamos. Porque escribir libros cuando se tienen cosas que decir depende siempre de saber cómo decirlas y ahí entra el estilo, la capacidad y el talento. Las tres cualidades están presentes en Penelope Mortimer y por eso leer sus libros no es solo adentrarse en un territorio complicado, en vidas difusas, dispersas y llenas de aristas, sino en un ejercicio de introspección cargado de razones. En 1962 publicó "El devorador de calabazas" donde aparecía un personaje espectacular, una de esas grandes mujeres de la literatura, la señora Armitage. En 1965 la historia fue llevada al cine y la interpretó nada menos que la gran Anne Bancroft. El guión lo firmó Harold Pinter y la dirección Jack Clayton. El título que tuvo en castellano nos indica de qué va la cosa: "Siempre estoy sola". 


(Anne Bancroft en el papel de la señora Armitage)

Antes de "El devorador de calabazas" había escrito el libro que ahora publica Impedimenta, "Papá se ha ido de caza", que vio la luz por primera vez en 1958. La protagonista es otra mujer, Ruth Whiting, una esposa más de las muchas que siguen una existencia lineal pensando que no hay otra cosa. Una madre con hijos y obligaciones. Es una existencia cargada de desencanto. Ninguno de los sueños de juventud se han cumplido y eso las carga de un peso inenarrable. Cualquier chispa puede hacer saltar los engranajes de sus vidas y muchas de ellas, lo vemos en la vida real, pierden los nervios ante esa nada que las abruma. En el caso de la señora Whiting un hecho más viene a contribuir a ese estado de cosas, a esa sensación de estar al borde de un precipicio. Nada menos que un embarazo sorpresa de su hija universitaria, Angela, tras su relación poco adecuada con un tipo bastante indeseable. Es entonces cuando la madre tendrá que asumir algunas realidades que quizá no había resuelto para ella misma. 


(La numerosa familia Mortimer)

¿Qué sentido tiene la maternidad compulsiva que experimenta Penelope Mortimer? ¿Cómo esto se traslada a su escritura? ¿Hasta qué punto influyó en su forma de ser esa infancia difícil, con un padre que abusó de ella? Todas estas preguntas se mezclan con los interrogantes acerca del papel de los hombres en su vida y en la familia y se acercan, como un río imparable, a los márgenes de su literatura, rebosándolos ampliamente, conectando entre sí vida y ficción. La obra de Penelope Mortimer es un antecedente de las novelas de autoficción que ahora están tan en boga, quizá porque se han roto los cauces que separaban existencia y literatura y porque las emociones no se reprimen ni se ocultan como solía hacerse en el pasado. 

Su visión del matrimonio y de esos hombres ausentes que poco aportaban a la vida familiar, aparece al inicio de "Papá se ha ido de caza": 

En el transcurso de todos aquellos años de casada, una prolongada guerra en la que los ataques, aunque no se llevaran a efecto, eran siempre inminentes, había aprendido a armarse de astucia. La única manera de evitar que te hicieran daño, de soslayar la infelicidad, era huir. Los sentimientos de culpabilidad y de cobardía no constituía problemas que no pudiesen superarse con sueños, con juegos, con el suave sonido de su propia voz dándose consejos y reprendiéndose mientras iba y venía por la casa. 

Infelicidad, cobardía, culpabilidad, he aquí el triángulo de sus emociones. Y la lógica solución: la huida. No física, pero sí interior. El exilio espiritual, la búsqueda de sentimientos propios. Cualquiera puede entender de qué está hablando Penelope Mortimer a estas alturas.

Lo ha dicho Edna O´Brien: Todas y cada una de las mujeres que conozco deberían leer a Mortimer al menos una vez en la vida. 


Papá se ha ido de caza. Penelope Mortimer. Editorial Impedimenta. Primera edición 2018. Traducción del inglés a cargo de Alicia Frieyro. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la