Hay un gesto de amor
(Fotografía de Katharine Cooper)
Hay un gesto de amor en cuidarse a sí mismo. Un convencimiento. Quizá una decepción. En todo caso, un gesto de amor. Si no me cuido yo ¿quién va a hacerlo?
En algunas relaciones personales siempre hay uno de los dos que recibe más cuidados. Él se cuida, ella lo cuida. O viceversa. Y un “otro” que no tiene más misión que ser fuera de sí. Esto termina convirtiéndose en costumbre, en rutina, en ley, en obligación. Así que no sirve, no cuenta.
Cuando alguien te quiere de verdad y ejerce sobre ti su cuidado, no opresión, no vigilancia, estima de la buena, puedes llegar a acostumbrarte. Y eso es un problema. Porque el amor se acaba y las personas se terminan yendo. A veces, no, pero sí en muchas ocasiones. Y te encuentras contigo, alguien a quien no sabes cómo tratar, qué hacer.
Hay un gesto de amor en cuidarse a sí mismo. El autocuidado es una necesidad si queremos respetarnos, en ese respeto previo a cualquier otro. Me decía mi amiga Luz que su pareja nunca la respetaba. Luz no se respeta a ella misma y lo ve como algo normal. No es capaz de mirar con otros ojos que los del hombre que la ha esclavizado. Al revés también ocurre, no es cosa de sexos, o no del todo.
Cuidarse es escucharse y darse razones y, sin ellas, entenderse y perdonarse. Es cuidarse para que la piel permanezca suave incluso si nadie la acaricia. Es cuidarse para que los ojos brillen, para que el cuerpo tenga ganas de trotar y de recorrer ciudades y pueblos. Es cuidarse para leer lo que te gusta y para escribir lo que desees. Cuidarse es comprobar que no necesitas a nadie, aunque quieras a alguien. Es autoquererse.
Cuidarse, sobre todo, es huir del dolor gratuito. Hay un dolor inevitable. Hay otro evitable que deviene en sufrimiento. Permanecer en su órbita no es cuidarse. Es perderse.
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