Rosa de sal
(Willa Cather, escritora, 1873-1947)
Vivía el desprecio como una afrenta diaria y se convertía por eso en una mujer dura, plena de aristas, convencida de que nada merecía ya la pena. Todo se volvía sal dura, suelo plagado de piedras, bosque sin sol, camino sin horizonte. Así sentía que la vida se iba y que ella marchaba sin control, como si condujera un bólido en medio de un desierto de arena. Eso era el desprecio y eso era el juego peligroso que surgía sin que pudiera evitarlo. Cada vez que se reblandecía su corazón, saltaba la chispa y todo se iba en fuego, en pavesas que quemaban la piel tanto como el espíritu. Así, como quien salta obstáculos, como quien teje desdichas, como quien rebasa el límite, así sabía de cierto que su única esperanza era correr, correr, correr sin mirar atrás, sin volver la cabeza, correr hasta que el aire dejara de traer su perfume, hasta que el cielo dejara de reflejar el lazo firme con el que parecía atarla cada día.
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