Cuestión de andar


(Mujeres andando por Madison Square)

Dicen que en Madrid estos días de diciembre hay calles en las que solo se puede andar en una dirección. Madrid es la ciudad que mitifico, que convierto en el paraíso de la diversión y la cultura, en el lugar que querría haber recorrido desde hace años y que apenas conozco. Ahora, en ese Madrid, no podría saltar de un lado a otro de la acera sino que tendría que recorrer esas calles como si fuera en fila india, o mejor, en fila china. Como si trabajara en una fábrica muy gris junto a una ría oriental y llevara un uniforme también gris y un paso gris para llegar a completar una existencia gris. Una vida de mierda. 

En mi ciudad todo el mundo dedicaba parte de sus horas de ocio a pasear por una misma calle. La calle Real era el paraíso de los encuentros, los chismes, las suposiciones y las medias verdades. Solo una de sus aceras era transitable por los que no tenían otra cosa que hacer que mirar, ver y reír. La otra era una acera gris, por la que la gente andaba muy deprisa, en la que el sol tenía poco que hacer y a la que nadie que quisiera disfrutar llegaba. La acera de las tiendas, las plazas, la presencia humana y la felicidad era esa otra que convertía en elocuencia cualquier gesto callado y te obligaba a saludar intermitentemente. 

Andar es un síntoma de libertad que hemos olvidado porque corremos más que andamos y porque andamos como medio de ir de un lado a otro. Pero andar porque sí, sin más razón que tomar el tibio sol o de disfrutar de la noche es un grato placer que enseña muchas cosas. Si quieres pensar sobre ti misma, sobre la manera en que has hecho el idiota como siempre, sobre las horas pasadas reflexionando sobre la última idiotez que se te ha ocurrido, sobre el dolor, la dicha o los besos...lo mejor es andar. Y si alguien que anda a tu lado ha decidido que su paso es otro, que es tan rápido que tienes que sudar, que no acompasa su cadencia con la tuya...entonces huye, incluso, si es necesario, cruzando a la otra acera. 

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