Manolita
(Mujer con sombrilla. Claude Monet)
Manolita era la reina de la calle. Había heredado el trono de su suegra, Manuela, que lo ejerció durante años. Llevaba su reinado con la prestancia de quien hubiera aprendido en la corte de los Austrias. Las casadas buscaban en ella consejo para sus males de pareja. Las madres, para las dolencias de los niños. Las que vivían solas, porque la vida las orillaba sin remedio, para sus quejas más íntimas. Antes de que se inventara la resiliencia ella había cosido su vida a base de remiendos. Huérfana, quería a su madrastra como la luz de sus ojos y apechugó sin dudarlo con la medicina más dura cuando su primer hijo nació enfermo.
Así, Manolita se movía por la calle como pez en el agua, como si su destino fuera arrojar certidumbres en los ojos gastados. Estaba sembrada de risas y refranes y los regalaba sin gasto alguno. Cuando se murió, amaneció nublado y con amenaza de lluvia aunque era un claro día de final de primavera que no presagiaba la venganza de los cielos: ellos decidieron tomarse el luto por su mano.
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