Recordando

"Cada vez iré sintiendo menos y recordando más"

Julio Cortázar


Este no es un buen día. El sol ha salido al fin, contradiciendo a los hombres del tiempo, que se empeñan en alertarnos de rojo o de naranja. Pero hay soles que no penetran en el corazón y que siguen su camino sin que su calor y su luz nos lleguen. Hay días en los que se agosta la sonrisa y la mirada se convierte en hielo. Este es uno de ellos. Así, ha salido a la calle cabizbajo y apenas se interesa por lo que ocurre en torno y tiene el aire desgastado de un animalillo a quien han colocado encima un saco de cemento. 

El tic tac del reloj se ha vuelto loco. Diez años, veinte años, treinta años, tiempo atrás, ese atrás que se guarda en una esquina, allá donde la memoria lo preserva, donde no valen desencantos porque todo está escrito. Indeciso, comienza a desgranar recuerdos, breves destellos de los momentos que vivió y sus manos se abren como si fueran un abanico de colores inciertos. Sonríe. Incluso ríe cuando cuenta la historia que fue suya, que aún es suya pero que pertenece al armario de baldas amarillas, gastadas por los años y los sueños perdidos. Brota en esa mirada un aire diferente, como si no estuviera frente a ti, sino sobre una nube que otea el horizonte y contempla esos mares, con su bonanza y con sus tempestades. 

Es así como pasan los minutos. La infancia azul, la juventud dorada, la tierna madurez en esas latitudes. Y cuando todo acaba y el relato concluye, despliega con cuidado la inmensa despedida, el telón que resguarda los sonidos, los rostros de la gente, el efímero hueco de otras tardes, la percepción exacta de una vida que ahora ha derramado sobre la amargura un hilo cómplice, como una lluvia fina que ni cala ni moja, que acaricia. Tú lo miras y sabes que podrías, sin que eso supusiera esfuerzo alguno, escuchar cada nota de esta música. 

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