Una mujer escribe
Si pudiera, te escribiría una carta. Sería una larga misiva, con puntos suspensivos, cursivas, negritas, las tildes en su sitio, comillas y una plaga de interrogaciones y admiraciones. Una carta compuesta de palabras y de deseos. De miedo y de evidencia. Sería una carta inevitable, una carta que no puede dejar de escribirse ni aun de lanzarse al mar como ese mensaje en la botella.
La carta tendría varios párrafos. Tengo que explicarte tantas cosas…No sería suficiente una breve pincelada, no entenderías así todo lo que tengo que contarte. Las palabras no bastarían, por eso un ejército de acompañantes llevarían de la mano las sílabas y las letras hasta su destino. Lo suyo es que la carta fuera en papel suave, de color champán, con doradas letras y un sobre precioso, que llevara un membrete con mi nombre y el tuyo en mayúsculas, o quizá en letra antigua, de esas que aparecen en las películas que te gustan.
Sería una carta sincera. Tal vez demasiado. Una carta que tú leerías con aprensión y que te dejaría una enorme duda al final de la misma. Quizá la convicción de que era preciso abandonar todo lo que me rodea y huir hacia un mundo en el que yo no esté en absoluto. Para eso daría igual que fuera una carta perfumada, un email o un mensaje de whatsapp. En realidad, las palabras no pueden ocultarse.
Creo que esa carta debería escribirse al amanecer. La noche me trae demasiados fantasmas y podría hacerte llorar. El crepúsculo es indeciso y vacilante, seguramente me haría mentir. Y el resto del día está cargado de obligaciones, de sonidos huecos y de órdenes que hay que seguir sin respirar. Así que el inicio del día, la claridad de la aurora después de un sueño difícil, ese sería el momento adecuado.
Pensándolo bien, podría resumir esa carta en una frase. Te ahorraría su lectura y a mí devanarme los sesos. Bastaría con decirte que te quiero. Y un silencio compasivo serviría como respuesta.
(Ilustración: El grandísimo Johannes Vermeer traza aquí una composición sublime. Una mujer escribe una carta, totalmente absorta en lo que hace, mientras la criada observa indiferente lo que pasa al otro lado del cuadro. ¿Cómo dudar que Hopper era un devoto de Vermeer?)
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