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"La edad ingrata" de Henry James

Mi deuda de gratitud con Henry James es impagable. No solamente por las obras que escribió, sino por el magisterio que ejerció sobre escritores (y escritoras) que forman parte de mi universo literario.  Dicho así suena trascendente y un poco cursi, pero así soy yo, demasiado trascendente y un punto cursi, en honor a mi tierra de origen, donde parece que se originó la palabrita. 

Leer a Henry James es una delicia. Y "La edad ingrata" es buen ejemplo de ello. Me gusta además cómo este hombre realiza una introducción de lo que vas a leer con una cantidad de claves literarias y lingüísticas que me resultan tan interesantes como el contenido mismo. En el ejemplar que manejo (una edición de 1996 de Seix Barral-Biblioteca Breve), la traducción es de Fernando Jadraque. Tengo que decir, como tantas otras veces, que mi deficiente dominio del inglés me impide disfrutar de estas obras en versión original así que me tengo que fiar de las traducciones y los traductores. 

La portada del libro, la pintura que la ilustra, merece especial atención. Es una encantadora imagen de John Singer Sargent que representa a "Mrs. Fiske Warren y su hija Rachel". Este pintor es muy conocido por parte de todos los aficionados al flamenco, pues dejó algunas muestras de esta temática que son verdaderamente notable. Aquí es precioso comprobar la calidad de la pincelada, el gesto cómplice de la hija y la madre, así como sus expresiones. Si nos fijamos, la hija tiene una mirada grave que poco acompasa con su edad y es la madre la que esboza una sonrisa y, sobre todo, una mirada pícara, verdaderamente curiosa. A veces los hijos se transforman en nuestros padres. 

El propio James, en el prefacio, explica el motivo de escribir lo que él pensaba que iba a ser un libro "cautivadoramente flaquito" y se convirtió en un "libro gordo". El motivo no es otro que "la percepción que inevitablemente servidor había tenido de la tribulación surgida en ciertas mansiones amistosas y para ciertas madres prósperas ante el a veces temido, a menudo demorado, pero nunca plenamente impedido acceso a primera línea de alguna borrosa hija llegada a la edad de merecer". 

Es un conflicto social, pues, el que está en la base del libro. Y una ciudad, Londres, que era entonces ya más que una ciudad. Un hervidero de situaciones, personajes y actos que podían ser interpretados o, lo que es mejor para un escritor, malinterpretados a conveniencia. La riqueza de esas situaciones es la base de la novela y de otras muchas obras. Como Nueva York, Londres ha generado una literatura que es un género en sí misma. 

Tradiciones y costumbres de la buena sociedad, la de siempre, enfrentadas a los arribistas, gente venida a más que olvida algunas normas elementales y que necesita ser introducida en los usos adecuados. Los matrimonios dispares que la movilidad social y el ascenso de determinada clase comercial por medio del logro de fortunas de desigual origen, dan lugar a estas disyuntivas que James se plantea en las relaciones humanas. La inteligencia social es el elemento que ofrece una suficiente argamasa como para hacer posible la convivencia de grupos y personas de procedencias distintas, biografías dispares e intenciones, a veces, perversas, en el sentido menos patológico del término. 

Los hechos que se suceden en el libro tienen amplios matices. Detalles que parecen anecdóticos se van sumando para obtener un cuadro completo de la red de intereses que sustenta a los grupos humanos que en él se retratan. Es como si el escritor hubiera observado el comportamiento de todos ellos a través de una lente de aumento y así, hasta las pequeñas cosas, adquieren un relieve inusitado. Nos es dado contemplar toda esa suerte de ritos que acompañaban la vida de los grupos sociales en esa ciudad cambiante que era Londres entonces.

"The Awkward Age" publicada inicialmente en 1899, se publicó por primera vez en castellano con esta edición de 1996. El cambio de siglo y la amenaza de los advenedizos está presente constantemente en su desarrollo. Un entramado de relaciones personales, con los sentimientos en primera línea, con el que dirán enfrentado a los deseos y con las diferencias generacionales al punto, son el adobo de un guiso que no puede resultar más brillante ni lleno de sorpresas.

Concebida a modo de obra de teatro, donde los distintos actos están presididos por espacios físicos diferentes, son los diálogos los que señalan la acción, ellos los que indican cómo son y qué piensan los personajes a los que el autor ha colocado en medio del caos sin darnos mayores indicaciones ni avisos. Confía en nuestra inteligente adivinación y por eso leerlo es un ejercicio de equilibrismo literario sin pausa. 

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