Casi una verdad
(Princesa Ira Von Furstenberg. Fotografía de Richard Avedon)
Abrió el libro por la primera página y algunas palabras saltaron de inmediato, dejaron la superficie lisa color champán y se adentraron en otro universo, otro mundo paralelo del que era imposible escaparse. Una de las palabras era "exquisita" y otra "fugaz". Las dos juntas no significaban nada especial pero, una vez reunidas, no podían separarse. Más adelante encontró "cachemira" y, un poco antes, "lágrimas". En la página 55 había una frase entera: "Ella no sentía ni el deseo ni la obligación de quedarse con él". Ella y él no tenían nombre, eran seres inopinados, seres abstractos, ideas más bien, que habían empezado a bosquejarse con la lectura. Así le ocurría siempre.
Le gustó "regocijo" y también "césped". Pasó de largo de "exhausto" y de "moqueta". Se detuvo en "encaje" y en "exótica". Y así las palabras del libro compusieron un relato que no tenía apenas sentido pero que parecía disponer de vida propia. Voy a escribir una carta, pensó. Es una carta que está compuesta de "maquillaje", de "frescor" y de "autobús", y en la que no hallan sitio "pasión", "abrazo", "beso" o "piel". No podría olvidarse de "desconcierto", "silencio", "duda" o "inalcanzable".
Y es mejor que aparezca "distancia", "apenas", "decepción" y "risas". Todas las risas pueden aparecer en esa carta, será lo único bueno que en ella crezca sin medida.
Las páginas del libro cayeron una a una. En todas reconoció un sonido y un verbo. A veces, un pensamiento se confundía con el suyo. Un personaje le recordaba a otro. Él no estaba. Ya podía suponerlo. Era silencio y en el silencio no hay palabras. Quiso recordarlo a pesar de todo, porque era peor el dolor de la nada, que el dolor de la pena. Pero no hubo caso. El libro terminó y ahí no hubo prórroga.
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