Salto mortal (y rojo)


(Red on Red. Erwin Blumenfeld. 1954. Fotografía) 

Eran tiempos de silencio. Esos años en los que las apariencias eran tan importantes que ocultaban el fondo. Incluso no había fondo directamente. Solo apariencias. 

En esos años ella se saltó las reglas. Decidió que iba a escribir su historia por sí misma, con su propio cuaderno, su lápiz bien afilado y su goma de borrar. Usó la goma para borrar su matrimonio. Usó el lápiz para dibujar el perfil de un hombre diferente. Varonil, ansioso, volcado en ella y en sus esperanzas. Así, se convirtió en lo que nadie en la calle querría ser. Se convirtió en un pecado andante, que se paseaba sin esconderse por las calles desiertas y se bañaba esplendorosamente feliz en las playas. 

Una vez la encontré frente a frente. Caminaba a su lado con aire resuelto. No era guapa, pero el amor había logrado el milagro de que pareciera fresca y satisfecha. De ese modo, cuando te cruzabas con ella advertías una especie de pátina de la que carecían todas las demás mujeres de su edad y condición. Sonreía para sí misma, como si guardara un gran secreto. Y en verdad, así era. El secreto del amor correspondido y fuera de la legalidad. Ella, que casi no había sabido nada del mundo antes de eso, fue capaz de decirles a todos, solo con su manera de andar, que había hallado un secreto desconocido para todos. 

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