Esos días azules...
(Fotografía de Jesús Vela Ortega)
Lo recuerdas ¿verdad? Podía ser una tarde de caluroso agosto o una mañana de septiembre, cuando aún las obligaciones escolares estaban a una distancia prudente. Incluso un atardecer del indeciso junio, cambiante y duradero a partes iguales. Momentos que hoy reescribes con el fuego de la distancia, con el ardor del tiempo transcurrido, con la seguridad de que estuviste a punto de perderlo todo pero que, en el último instante, algo rescató tu memoria, seguramente porque no podía ocultarse en ella tanta dicha.
Así, los pies descalzos encontraban la dureza del agua, la firme convicción de la piedra, el desahogo de las voces que se elevaban a un aire incombustible. En la lejanía, engañosamente perdidas en una bruma que ahora no comprendes, estaban los sonidos de la vida diaria, el eco de los sueños, el resplandor de lo que poseías en esos años. Todo era bello con esa belleza ingenua de la primera juventud, de la adolescencia presentida. Todo se convertía en una canción de estribillo plagado de buenas intenciones. Todo era bello y bueno en el entonces que tus ojos vivían asombrados, tanto como los míos plagados de una esperanza cierta que la vida se encargó de guardar en el fugaz secreto de los encuentros rotos.
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