Darcy escribe una carta


En "Orgullo y Prejuicio" hay un momento en el que la historia de amor entre Darcy y Elizabeth está totalmente en peligro. Parece que no habrá solución al desencuentro. Cuando él le declara su amor, ella lo rechaza. Es verdad que Darcy utiliza palabras inadecuadas, pues le expresa abiertamente que ella no es su ideal de mujer, que ni por cuna ni por familia resulta lógico que un hombre como él se enamore de ella. Pero termina reconociendo que es más fuerte que su voluntad. La ama a su pesar. No es extraño. En el amor hay muchas ocasiones en las que uno quiere al otro sin motivos y sin poderlo evitar. No se elige a quien se ama. Aunque sí es uno libre de cultivar ese amor o de intentar apagarlo. Y puesto que el amor es una llama que se debilita si no se alimenta, el mismo deseo de olvido es ya una forma de renuncia y una posibilidad de distancia. 

Pero ni Darcy cierra el capítulo ante su negativa, ni ella tampoco. ¿Por qué? ¿En qué se aprecia? Pues en la reacción inmediata de cada uno. Dado que Elizabeth tiene quejas contra él por sus actuaciones pasadas, Darcy decide explicarse. Y le escribe una larguísima carta en la que le cuenta la verdad o, como se diría hoy, su verdad. Y le entrega la carta en mano al día siguiente. No lo deja al albur de un criado. Hasta que no escribe la carta y se la entrega no descansa. Necesita que su explicación le llegue y que lo haga cuanto antes. Este gesto indica a las claras que no ha perdido la esperanza. 



Por su parte, Elizabeth lee la carta en cuanto él la pone en sus manos. Podría no haberlo hecho. Romper la carta. He roto algunas cartas así que conozco esa reacción. Pero Elizabeth se sienta allí mismo, en medio del bosque de Rossings, y lee la carta. No una vez, sino varias. La lectura de esa carta produce un efecto. Ella reflexiona. Esa es otra señal de inteligencia y de emociones limpias. No se cierra en banda con su propia opinión sino que se pone en lugar del otro. Intenta hacer el proceso mental por el mismo camino que lo ha hecho Darcy. Entenderlo. Esto significa que, aunque ella no lo sabe aún, hay algo en su corazón que clama por ese hombre. Aunque ella no lo sepa. Porque no siempre se sabe. O no siempre se quiere saber. 

El noble gesto de Darcy ayudando a la familia Bennet con el problema que suscita la huida de Lydia con el taimado Whickam no será el detonante del amor de ella. No. Recordad que cuando Elizabeth lo encuentra en Pemberley, en ese viaje que hace con sus tíos, los señores Gardiner, a las tierras del Derbyshire, ya tiene ella en su corazón una disposición distinta hacia él. La perfecta amabilidad de Darcy, el hecho de que le presente a su hermana Georgina, encantadora y sencilla, así como el trato que Darcy dispensa a sus parientes, sin menospreciarlos en ningún momento, contribuyen al interés de Elizabeth pero este ya existía de antemano. La actitud de Darcy lo alimenta, pero había surgido ya. 

¿Qué hubiera pasado si, tras la negativa de Elizabeth, esa carta no se hubiera escrito? ¿Qué hubiera pasado si Darcy, en un gesto de orgullo y tozudez, hubiera renunciado a explicarse? Las palabras no dichas serían el muro en el que se estrellarían todas sus esperanzas. No debe existir en el amor más orgullo que el de reconocer los sentimientos y el de sentir que son generosos e ilusionantes. Explicar en una carta, el medio de comunicación menos agresivo de los que existen, lo que uno siente y, sobre todo, las motivaciones que te impulsan; aclarar malentendidos, es un ejercicio de sana empatía, una fórmula única y deseable de solucionar los conflictos. Porque, como piensa Darcy, aunque ella, después de su lectura, no lo quisiera, al menos sabría la verdad. Y la verdad es lo único por lo que él quiera ser juzgado. 


En demasiadas ocasiones dejamos sin aclarar tantas cosas que terminamos por ser unos desconocidos para el otro. Si alguien te importa esto no debería pasar. Jane Austen, con este recurso y estas actitudes, incide en decirnos que el silencio puede ser prudente, discreto o elegante, pero nunca resulta útil cuando quedan zonas oscuras en nuestra relación. El silencio aquí sería letal. Y por eso Darcy escribe una larga carta y Elizabeth la lee detenidamente. Porque, a pesar del título del libro, ni Darcy es tan orgulloso como se pretende ni Elizabeth tiene tantos prejuicios como se le atribuyen. 

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