"El arcoiris" de D. H. Lawrence
Esta novela, que la editorial Alba, en su colección Clásica Maior acaba de publicar, es, en realidad, una precuela de "Mujeres enamoradas". Porque en ella se narra la historia anterior, la familia de la que proceden las hermanas Ursula y Gudrun, que son las protagonistas de "Mujeres...".
Es un recurso cinematográfico frecuente y una forma literaria que usa Lawrence para bucear en las raíces de esas mujeres que, cada una a su manera, busca el amor sin lograr saciar su necesidad de querer y ser queridas. La peripecia de "Mujeres enamoradas" organizada en torno a cuatro personajes, Gudrun, Ursula, Birkin y Gerald Crich, es más sencilla, aparentemente, que la historia que se teje en "El arcoiris". Aquí están los Brangwen, la familia que se muestra en tres generaciones que abarcan sesenta años.
D. H. Lawrence había nacido en Eastwood, en el condado de Nottingham, en 1885. Su padre era un minero analfabeto y borracho que no le aportó nada más que una visión oscura de la vida. Por el contrario, su madre era una maestra amante de la cultura y del arte. Esta dicotomía se presenta continuamente en su obra. Lawrence comenzó a publicar poemas y en 1911 vio la luz su primera novela "El pavo real" y, dos años después, "Hijos y amantes", a mi juicio uno de los tres mejores libros que escribió. "El arcoiris" salió en 1915, en plena Primera Guerra Mundial, y en 1920 "Mujeres enamoradas" su obra más completa. Por fin, en 1928 publicó "El amante de Lady Chatterley" que tuvo que imprimirse en Florencia por la acusación de obscenidad que pesaba sobre el autor en Inglaterra. "La serpiente emplumada" es su última novela (1926). Lawrence escribió también poemas y cuentos de calidad notable ("El oficial prusiano", por ejemplo) y de él se conservan unas interesantes Cartas.
Murió en Vence (Francia). Desde que conoció a Frieda von Richthofen y se casó con ella (1914), atisbó otro lado de la vida que antes desconocía. Empezó a viajar y a sublimar en su obra todo lo que suponía naturaleza, instintos y vida esencial, contra el maquinismo, la industrialización y los avances que deshumanizaban al hombre. Sus obras tienen que sobrevivir con ese marchamo de erotismo inmerecido. Una lectura atenta de las mismas, una lectura en suma, nos demuestran que se trata más de un prejuicio que de una realidad.
Su planteamiento de que los instintos, entre ellos el amoroso, en su estado más puro, salvan al hombre de una vida sin alicientes espirituales y de la alienación de un trabajo inhumano, tiene mucho que ver con su propia vivencia personal y familiar. La delicadeza de su madre, a la que atendió hasta sus últimos momentos, chocaba de frente con la rudeza y la mediocridad de su padre, con el que nunca se sintió identificado. El hecho de que buscara como esposa a una mujer mayor que él y de considerable experiencia (ya estaba casada cuando se conocieron y pertenecía a un ambiente social y cultural superior) confirma todavía más esa necesidad de elevarse por encima de sus orígenes y de integrarse en un modo de vida que ponía el acento en las emociones y en el arte, más que en la supervivencia.
Conocer a D. H. Lawrence exige la lectura de todos sus libros. Es una bibliografía corta, pero necesaria de conocerse en su integridad, pues poco puede entenderse de forma separada. A mi juicio, "Hijos y amantes", "El amante de Lady Chatterley" y "Mujeres enamoradas" son la trilogía cumbre de las obras que escribió. Pero, desde luego, este "Arcoiris" es imprescindible de leer. Conocer el desarrollo de los Brangwen es un elemento sustancial de su panorama narrativo. Y relacionar todo ello con el estallido de la guerra y con el telón de fondo de la Inglaterra de la época, se antoja fundamental.
Murió en Vence (Francia). Desde que conoció a Frieda von Richthofen y se casó con ella (1914), atisbó otro lado de la vida que antes desconocía. Empezó a viajar y a sublimar en su obra todo lo que suponía naturaleza, instintos y vida esencial, contra el maquinismo, la industrialización y los avances que deshumanizaban al hombre. Sus obras tienen que sobrevivir con ese marchamo de erotismo inmerecido. Una lectura atenta de las mismas, una lectura en suma, nos demuestran que se trata más de un prejuicio que de una realidad.
Su planteamiento de que los instintos, entre ellos el amoroso, en su estado más puro, salvan al hombre de una vida sin alicientes espirituales y de la alienación de un trabajo inhumano, tiene mucho que ver con su propia vivencia personal y familiar. La delicadeza de su madre, a la que atendió hasta sus últimos momentos, chocaba de frente con la rudeza y la mediocridad de su padre, con el que nunca se sintió identificado. El hecho de que buscara como esposa a una mujer mayor que él y de considerable experiencia (ya estaba casada cuando se conocieron y pertenecía a un ambiente social y cultural superior) confirma todavía más esa necesidad de elevarse por encima de sus orígenes y de integrarse en un modo de vida que ponía el acento en las emociones y en el arte, más que en la supervivencia.
Conocer a D. H. Lawrence exige la lectura de todos sus libros. Es una bibliografía corta, pero necesaria de conocerse en su integridad, pues poco puede entenderse de forma separada. A mi juicio, "Hijos y amantes", "El amante de Lady Chatterley" y "Mujeres enamoradas" son la trilogía cumbre de las obras que escribió. Pero, desde luego, este "Arcoiris" es imprescindible de leer. Conocer el desarrollo de los Brangwen es un elemento sustancial de su panorama narrativo. Y relacionar todo ello con el estallido de la guerra y con el telón de fondo de la Inglaterra de la época, se antoja fundamental.
Ni la historia de la literatura, ni la crítica literaria, ni el cine, han sido fieles ni justos con la obra de D. H. Lawrence. La banalidad de la mirada que se ha arrojado sobre él contrasta con su profundidad emotiva y con la forma en que se acerca a los seres humanos, desde una comprensión infinita y desde una necesidad acuciante de formar parte de algo que merezca la pena. La identificación de sus libros con las prohibiciones legales sobre erotismo o pornografía han condenado a sus novelas a una suerte de gulag y faltan por ello buenas reediciones, estudios críticos solventes y, sobre todo, la bulliciosa animación de los lectores que la comentan. Todavía Lawrence es un extranjero, un exiliado, un excluido. La última versión cinematográfica de "El amante de Lady Chatterley" parece que estuvo a punto de lograr cierto cambio en las apreciaciones de una obra tan peculiar, pero ha quedado todo en agua de borrajas. Lawrence espera.
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