Tengo que contarte algo: "Historia en el crepúsculo" de Stefan Zweig
(Imagen: S.J. Peploe. Escocia)
"¿Habrá traído el viento la lluvia sobre la ciudad para que nuestra habitación se obscureciera tan de pronto? No. El aire está tranquilo y transparente, como raramente ocurre en estos días estivales; pero se ha hecho tarde y no lo hemos notado. Sólo las ventanas de las buhardillas frente a nosotros nos sonríen con un leve resplandor, y el cielo, encima de la cúspide, está ya velado de una dura sombra"....
Así comienza "Historia en el crepúsculo" una novelita de 42 páginas que Stefan Zweig escribió y que se recoge en un volumen de Ediciones Ulises que lleva el título de "Sendas equívocas" y que contiene otras dos pequeñas obras: "Subversión de los sentidos" y "Ocaso de un corazón". Las tres son mucho menos conocidas que otras historias suyas, como "El jugador de ajedrez", "Carta de una desconocida" o "Amok". Pero, en modo alguno, son inferiores en calidad.
En "Historia en el crepúsculo" todo comienza porque "tú quieres que yo te cuente algo". Y yo "quiero contarte una historia propia de esta hora, que sólo ama el silencio, y yo quisiera que tuviese un poco de aquella luz cálida, tierna y fluida del crepúsculo, que ondea como un velo delante de nuestras ventanas".
El crepúsculo es esa hora indecisa en la que todo está por ocurrir y en la que ya las cosas no tienen remedio. Es el momento en que percibimos con más detalle nuestra soledad. Un crepúsculo sin noticias es un tiempo tasado, un tiempo perdido para el encuentro. Es un anticipo claro de la noche, que vendrá sin tener las risas y los abrazos de las noches plenas. Los crepúsculos de Zweig se tejen a través de historias, dichas frente a frente, a modo de conjuro de los demonios interiores que, sin avisar, vienen a hacer de las suyas.
La historia que se cuenta en ese tiempo puede ser realidad, puede ser falsa, soñada o evocada. Quizá es algo que ocurrió en el pasado y que ahora ha renacido en nuestro interior con una fuerza desconocida. Quizá es un adelanto del futuro: te narro lo que quiero que ocurra y lo hago por eso, para que la fuerza de mis palabras conjure este deseo.
La historia que se cuenta ocurrió, no obstante, en sueño o en vigilia, en las tierras de Escocia "donde las noches estivales son tan luminosas, que el cielo tiene un resplandor de ópalo, y los campos no se tornan jamás tenebrosos, y todo parece iluminado por dentro". El protagonista es un muchacho, no un hombre ni un niño, sino alguien que está, como el crepúsculo, en la edad indecisa en la que todo está prohibido y todo casi oculto. El escenario es un castillo.
El muchacho no puede dormir, hace calor y sale de su habitación. Se pone a pasear por los jardines y entonces "un cuerpo tierno, cálido, se estrecha contra el suyo; una mano rápida y temblorosa le acaricia los cabellos y le dobla la cabeza hacia atrás; vacilando, siente en su boca el fruto extraño, abierto, de los labios temblorosos que besan los suyos." ¿Quién es esa misteriosa desconocida, esa fantasmal figura vestida de blanco, que ha surgido de la nada? En un momento dado "el abrazo se desata". La figura huye.
Desde ese momento, a cada paso del día siguiente, en cada mujer, el muchacho buscará el susurro de los besos recibidos. Estará atento a percibir el olor del cuerpo que lo ha abrazado. Indagará las voces. Mirará el hueco de las manos. Pero todo será inútil. La nada se aposenta de su búsqueda. No hay nada.
Pero llega la noche y el milagro vuelve. El muchacho recorrerá el jardín, la sombra blanca aparecerá y entonces él cometerá el error de rechazar el abrazo y de preguntar. Las preguntas salen de su boca a borbotones, quién eres, de dónde vienes, cómo te llamas, por qué haces esto. Pero sigue sin haber respuestas porque "aquella tierna, húmeda boca, sólo tiene besos y no palabras".
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