Harry Potter ilustrado ¿Mejor o peor?
Confieso que prefiero los libros de "solo palabras". No los libros, también los cuentos, todo. Que la imaginación la marquen los dibujos o las fotografías no me gusta. Es más, me molesta. Esa sensación de que lo que ves no se ajusta a lo que imaginas....¿la conocéis? Yo sí. Cuando era pequeña nunca leía cuentos con dibujos, sino textos llenos de "solo palabras". Iba a comprar uno de ellos y decía así: Quiero un cuento de "solo palabras". De manera que crecí imaginando cómo serían todos y cada uno de los personajes de los cuentos, de los libros, de todo aquello que leía.
Ahora aparece un Harry Potter ilustrado. La historia de la escritura de Harry nos reconcilia con la literatura y con la posibilidad de éxito. J. K. Rowling en un bareto de mala muerte escribiendo en servilletas. Rowling llevando sus originales a las editoriales sin resultado alguno. Editores que presumen de buena vista y que aquí fracasaron estrepitosamente....
Conozco a muchos chavales que se han hecho lectores con estos libros. Algunos esperaban ansiosamente la llegada de cada nueva entrega. La leían en inglés, a veces, que salía antes. Luego existió la gran espera, la del desenlace, aunque nunca un desenlace puede igualar al tiempo de la incertidumbre. Todos los desenlaces nos defraudan siempre, simplemente porque esperamos demasiado tiempo. Los niños que leían Harry Potter tenían en su cabeza un final para la saga. Y no era posible que todos los finales surgieran a la vez. Por eso, el final es lo de menos. Lo de más es la invención en sí misma. Esa prodigiosa imaginación que concibe un mundo paralelo al que se accede en un tren que circula por una vía que no puede apreciarse a simple vista.
Harry Potter representa fielmente esa capacidad de imaginar que ocurre lo que uno piensa que ocurre. Algunos de sus pasajes son antológicos en ese sentido. He observado a niños leyendo absortos los libros, esperando a que ocurriera algo. Incluso cuando no ocurría, ellos conservaban esa mirada de asombro indescifrable. Como en la vida misma. Ese asombro de esperar lo que llega pero nunca es como nosotros quisiéramos que fuera.
Cuando era pequeña los Reyes Magos me traían siempre alguna decepción y alguna alegría. La decepción estaba en que lo que llegaba no era exactamente lo que ansiaba, lo que había detallado con sumo cuidado en la carta siempre escrita a tiempo. Y la alegría era lo contrario. Algo con lo que no contaba, lo que en mi casa llamaban "la sorpresa". La sorpresa era mejor que todo aunque fuera apenas nada, precisamente porque no la esperabas y era, ella sí, un regalo. Esa sorpresa es lo que en la vida nos reconcilia con los demás y con nosotros mismos. Agradecemos lo que nos viene sin esperarlo y quizá sin merecerlo. Pero sufrimos por lo que era evidente que debería haber llegado y nunca llega o no lo hace como pensamos.
Ahora los niños verán a Harry Potter convertido en dibujos. Ya han visto las películas, desde luego, pero los nuevos lectores entrarán en otro mundo, trazado de antemano. La duda está servida. Podrá originar que lectores más jóvenes, niños más pequeños, incluso prelectores, se acerquen al libro y lo puedan disfrutar antes de su hora. Pero queda la duda. La duda de que si ese cercenar la idea que uno tiene en la cabeza, ese anticiparla, no estará generando, precisamente, que la mayor cualidad de la lectura, esto es, la imaginación que vuela a placer, desaparezca como por arte de magia.
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