El mar se ha teñido de azul
Sorolla pintó el mar. Richard Gere tenía vértigo. No había, en el lujoso hotel de Hollywood, ningún ático en el primer piso. Frente a mí, el mar. Un mar que no es el mío. Un mar azul, en lugar de verde. Un mar cerrado, en vez de oceánico. Alberti hablaba de "la mar". La mar de Cádiz, por supuesto.
La terraza del ático vuela sobre el edificio. En la línea del Paseo Marítimo están las palmeras. Enhiestas, firmes, seguras. Las hojas se balancean con un viento variable que aquí es fresco pero que, en el oeste, es terriblemente caluroso. El este y el oeste de Andalucía van a la contra, son paraísos opuestos. Hemos contemplado un eclipse de luna, sentados en la arena, en la línea frágil que separa la tierra del agua. Las mareas, las olas, los vientos, son ahora nuestro lenguaje cierto, el modo en que nos comunicamos.
Fíjate en el horizonte. Es azul. El final de la tierra es azul. La espuma de las olas es azul. El azul es el color en el que escribo los sentimientos, en estas tardes lentas del primer verano, cuando recuerdo tus ojos, verdes y transparentes. Esa sonrisa tuya. Esa mirada tierna. Las manos en las manos. Abiertamente entera tu sonrisa. Recuerdo tantas cosas que tendría que escribir un diccionario. Y guardar los afectos y los días.
Este mar de Sorolla no es el mío, pero conserva el recuerdo de otros tiempos. Los tiempos del ayer y del mañana, el tiempo de la duda y de la espera. Es el tiempo del juego, del adiós, la mentira y el fracaso. Todo el tiempo.
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