Paco de Lucía. Esa música que nos descubre el paraíso...
Justo el día en el que los niños del colegio van a celebrar el Día de Andalucía, nos llega, temprano, al entrar, la noticia, triste y sorprendente, de que ha muerto Paco de Lucía. Paco, el músico, el flamenco, el gaditano, el universal Paco. En una playa, frente al mar, al otro lado de su mar, que es, al final, el mismo.
Si yo nací campesino
Si yo nací marinero
Porqué me tenéis aquí
Si este aquí yo no lo quiero
Si yo nací campesino
Si yo nací marinero
Porqué me tenéis aquí
Si este aquí yo no lo quiero
Los días de celebración, como éste, están llenos de sensaciones. En los colegios se respira un aire diferente. Los padres entran a ver a sus hijos, cómo saltan, bailan o cantan, enmedio del patio, tras ese desayuno que está lleno de las señas de identidad más cercanas a nosotros, pan, azúcar y el aceite de tu añorada tierra de Jaén. Y los niños se esmeran al recitar a Juan Ramón, al cantar las coplas de Carlos Cano y al moverse al compás de la música que Paco quería ahora reivindicar con su obra póstuma que se llamará precisamente así Canciones andaluzas.
Estos días son distintos. Estás en clase y oyes la musiquilla que se cuela por las rendijas. Los niños traen camisetas del Betis, como si quisieran hermanarla con la bandera andaluza. Las niñas, lazos en la cabeza, blancos o verdes. Se pintan la cara, sonríen, se mueven al son de los grandes altavoces del patio...Y en las barandas, alrededor, los padres también sonríen y alguno quizá se preocupa, porque su hijo o su hija no lleva el ritmo de la música, o está cansado, distraído, quién sabe.
Me vienen a la memoria al verlos disfrutar mis días felices, tan felices, de la infancia, en La Isla, en
ese colegio tan bonito, con un patio de azulejos y una maravillosa maestra que nos hacía cantar, recitar y hacer teatro. Y mi madre, tan orgullosa cuando iba a vernos actuar. Y mi padre, siempre en su sitio, buscando el modo de que todos, todos sus hijos, tuvieran lo mejor, lo mejor de lo verdadero, de los libros, del estudio, del futuro, de la vida. Éramos tan felices que ni siquiera teníamos conciencia de ello, como suele ocurrir cuando se vive intensamente.
ese colegio tan bonito, con un patio de azulejos y una maravillosa maestra que nos hacía cantar, recitar y hacer teatro. Y mi madre, tan orgullosa cuando iba a vernos actuar. Y mi padre, siempre en su sitio, buscando el modo de que todos, todos sus hijos, tuvieran lo mejor, lo mejor de lo verdadero, de los libros, del estudio, del futuro, de la vida. Éramos tan felices que ni siquiera teníamos conciencia de ello, como suele ocurrir cuando se vive intensamente.
Paco de Lucía fue un niño de la calle. No fue a la escuela. Seguramente su colegio fueron las enseñanzas de su padre, también músico, siempre con la guitarra presta para que aprendiera a tocarla. En esos años había muchos niños que no iban a la escuela, o que iban tan sólo unos pocos años, para luego trabajar de aprendices o buscarse la vida en la calle. A Paco lo salvó su talento, un talento que tenía desde siempre y que se despertó a fuerza de horas tocando la guitarra, ese instrumento tan tirano, como él mismo comentó algunas veces.
Paco de Lucía estaba muy unido a su tierra de origen, a ese espacio de libertad entre dos mares, en el sur del sur. Pero tenía que respirar, que tomar distancia, como muchos artistas tenía que abandonar el nido para sentirse aún más libre y por eso la muerte le ha sorprendido en una playa de un país lejano, no en La Caleta, ni en El Rinconcillo, sino en Playa del Carmen, allá por México, el paraíso que enamoró a D. H. Lawrence y a tantos otros. Allí, en un país de ultramar, su corazón, que ahora le ha fallado tan estrepitosamente, tenía la cadencia justa del aire de Cádiz, el que él sabía expresar tan bien con sus manos. Y con su voz, porque siempre decía que era el guitarrista que mejor cantaba flamenco.
Paco de Lucía estaba muy unido a su tierra de origen, a ese espacio de libertad entre dos mares, en el sur del sur. Pero tenía que respirar, que tomar distancia, como muchos artistas tenía que abandonar el nido para sentirse aún más libre y por eso la muerte le ha sorprendido en una playa de un país lejano, no en La Caleta, ni en El Rinconcillo, sino en Playa del Carmen, allá por México, el paraíso que enamoró a D. H. Lawrence y a tantos otros. Allí, en un país de ultramar, su corazón, que ahora le ha fallado tan estrepitosamente, tenía la cadencia justa del aire de Cádiz, el que él sabía expresar tan bien con sus manos. Y con su voz, porque siempre decía que era el guitarrista que mejor cantaba flamenco.
Estos niños que bailan en el colegio, que tocan las palmas, que mueven los brazos, que sonríen a compás, no saben que se ha ido un gran músico y que lo ha hecho justo en esta fecha, en los días previos a que Andalucía se vista de fiesta para celebrar que, en algún momento, hace años, salió a la calle y dijo sí. Estos niños no habían nacido entonces pero en el recuerdo de los que estábamos entonces dentro de esa gran oleada nos quedan aquellos momentos como una nostalgia imborrable.
Si tú estuvieras, amor mío, podríamos comentar la muerte de Paco. Yo te contaría cosas de su música, de sus discípulos. Hablaríamos del cante de Cádiz. Hablaríamos de cómo los sones americanos pueblan entero sus falsetas desde hace tiempo. Algunos de nuestros amigos del flamenco nos contarían cosas por el Internet. Y nuestra charla se llenaría de los recuerdos mágicos de esas tardes y esas noches en La Unión, en Baeza, en las peñas, al olor y al sabor del flamenco más exacto. Leeríamos lo que ha escrito en el Diario de Cádiz nuestro amigo Enrique Montiel y yo te hablaría de los días en que Félix Grande tuvo que defender a Paco de la gente que nada sabía, tras la muerte de Camarón, el hermano de Isabel, la amiga de mi madre.
Pero no estás. Y ahora escribo estas palabras recordando todavía del runrun que el colegio deja en el aire, cuando ya los padres se han llevado a sus niños y están llegando a casa y les preguntan cómo ha ido todo, qué tal han bailado, cómo era la música, qué les ha gustado más...
Y me viene a la memoria, no sé por qué, o sí, el fandango del Carbonerillo:
Con las lágrimas se va
la pena grande que se llora,
con las lágrimas se va.
La pena grande es la pena
que no se puede llorar
y esa no se va, se queda.
Con las lágrimas se va
la pena grande que se llora,
con las lágrimas se va.
La pena grande es la pena
que no se puede llorar
y esa no se va, se queda.
Paco de Lucía, los niños del colegio Clara Campoamor, el sol del Aljarafe en un día que se nubla con tu ausencia y con la tristeza de la muerte de Paco. Sonidos que traen el eco dulzón de la Barrosa, de Sancti Petri, de tus olivos, todos los sonidos de nuestra alma. Recuerdo de Camarón, en su Isla, la Isla de mis padres y la mía. La pena de que no estés aquí, otra vez, mil veces. Día de contrastes.
No sé por qué, no sé por qué, ni cómo
me perdono la vida cada día.
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