Orgullo y prejuicio
En los malos momentos, siempre un libro. En los momentos de felicidad, un libro también. Con la incertidumbre, la palabra. Si llega el miedo, un libro es el puerto más seguro. Este libro es tan familiar para mí como sí lo hubiera escrito. Lo poseo en mil ediciones. Lo he leído en su idioma y en el mío. Lo conozco transformado en película. Me encanta, me hace feliz. No es un libro cursi, ni superficial, ni es un libro insulso, ni corriente. Habla de sentimientos, está lleno de humor, de personajes con vida propia. Sus frases, sus diálogos, son ingeniosos. Su telón de fondo, el mismo de todos sus libros, el suficiente: un grupo de familias que se relacionan entre sí en un reducido espacio. Dando por hecho que todo el mundo lo conoce o lo ha leído no he dedicado en este blog una reseña a su contenido.
Los Bennet son una familia formada por el matrimonio y cinco hijas: Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia. La señora Bennet es una pertinaz casamentera y su mayor ilusión es casar a sus hijas. A fe mía que lo consigue, pues, al final del libro contaremos hasta tres bodas en las chicas Bennet y otra boda más bastante sorprendente. Jane se casará con el señor Bingley, joven apuesto, adinerado e ingenuo. Lydia labrará su desgracia al casarse con el oportunista y vividor Wickham. Por su parte, la boda imprevista será la que una al señor Collins, primo de los Bennet y heredero de su casa solariega en virtud del mayorazgo y Charlotte Lucas. La boda más importante es la de Elizabeth Bennet y el señor Darcy, rico, apuesto, orgulloso y el personaje masculino más cuajado de los que traza Jane Austen en todas sus obras.
Si tenéis la suerte de no haber leído el libro no podéis dejar de hacerlo. Estas atentos a los comentarios jocosos del señor Bennet acerca de los nervios de su mujer. Fijaros también en la escasa atención que presta Austen a las descripciones de ropajes o paisajes. Le resulta mucho más interesante acercarnos el carácter de los personajes, su manera de pensar. Esto no deja de ser una cuestión muy curiosa de su narrativa. De cualquier forma, las descripciones no son exhaustivas, no te cansan, no te distraen del objetivo principal que no es otro que centrarse en las personas y en la acción.
La condición de casamentera de la madre aparece también en otro personaje fundamental en la obra de Jane Austen, Emma, de la novela del mismo título, esa joven que quiere arreglar la vida de todos aquellos que están a su alrededor. En el caso de la señora Bennet esa intención se dirige a sus propias hijas. Casarlas es su mayor objetivo. Pero la autora lo observa con ironía, lo que quiere decir que era una mujer adelantada a su tiempo, porque pone en solfa las costumbres y la forma de vida de la sociedad media rural en la que inserta su telón de fondo. Esa especial manera de ver el mundo y a las personas es el principal distintivo de Jane Austen, lo que la hace tan encantadora, tan diferente a todo, sin ese pesado fardo dramático que tienen otras correligionarias. Porque, al fin, el sentido del humor es síntoma de inteligencia y de personalidad.
Orgullo y prejuicio es una novela extraordinaria, un libro extraordinario. Su gracia, su expresividad, su fuerza, su ingenio, llenan sus páginas y se introducen en el corazón del espectador. Leerlo te hace feliz. No recuerdo ahora el momento en que lo leí por primera vez, cosa harto curiosa. Era una edición bastante sencilla, de esas que venden en los quioscos y que estaba englobada bajo el título de Grandes novelas de amor. Luego he ido encontrando otras ediciones, algunas fantásticas, como las de la editorial Alba, tan cuidada y tan fiel al original. Conozco las frases, los personajes, las ideas que expresan y su forma de comportarse. Puedo decir que este libro es una parte de mí.
Es verdad que su consideración crítica ha ido cambiando con el tiempo, pero esto suele ocurrir con las obras de creación. En ocasiones se establece una absurda barrera entre lo serio y lo intrascendente sin pensar en que un libro no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta y, además, hablar de la vida siempre puede o debe ser considerado importante. Jane Austen, la autora del libro, me parece un personaje de enorme interés, o mejor, una persona. Imagino su vida y también esas horas de escritura solitaria aunque, al contrario de las Brönte, ella no era una persona triste, sino que le gustaba charlar, pasear y asistir a bailes. Los bailes son un elemento fundamental en esta obra. En ellos se producen los acercamientos entre los personajes, teniendo en cuenta que era la ocasión básica para conocerse e intimar de los jóvenes en la época. La otra forma de hacerlo era a través de las visitas o de los almuerzos y cenas a los que son invitados, que también se describen en el libro. Lo leí, desde luego, antes de ver la adaptación de la BBC que me parece la más ajustada y certera, como ocurre en tantas ocasiones con las que realiza. He dicho tantas veces que Colin Firth me parece el mejor Darcy que puede resultar reiterativo, pero también quisiera decir que Jennifer Ehle me parece la mejor Lizzie y nada más que hay que ver su expresión, sus ojos, que la novela dice que tenía preciosos y expresivos, y su forma de reír. Porque la risa, el humor, la dulzura de una chanza dicha con gracia, es un componente esencial del coqueteo, de la conquista. Y Elizabeth conquista a Darcy con su forma de ser, con su actitud, con su especialísima forma de ver la vida. El libro es, pues, el relato de una conquista y es también el proceso de cambio de un hombre que, teniéndolo todo, estaba ayuno de aquello que hacer verdaderamente felices a las personas, un alma gemela, un corazón en el que mirarse. Esa escena en la que Darcy contempla cómo Lizzie toca el piano con su hermana Georgiana es la clave del enamoramiento, es el clímax, al igual que en Emma lo es el baile en el que, por fin, ella danza con el amigo del alma y siente que le pertenece.
Me gusta pensar que la alegría de Elizabeth transformó la vida de Darcy, un hombre honesto pero taciturno, que estaba deseando encontrar alguien que aportara esa luz que toda vida necesita. La alegría es un don poco valorado, porque parece algo humilde y que pueda estar en manos de cualquiera, incluso de los bobos. Pero la alegría es una emoción que tiene efectos tan duraderos y curativos como se ve en este libro.
En la serie de la BBC, tan fiel al libro, Darcy no se ríe nunca, salvo una pequeña sonrisa cuando la escena de la boda, ya al final. Sin embargo, su mirada expresa todo el amor que siente por ella y ella no solamente lo mira con amor sino que le sonríe desde el amor. Después de leer todos los libros de esta autora, sus cartas, algunas biografías, pienso que ella se veía reflejada más que en ninguna de sus protagonistas en esta Elizabeth tan ingeniosa, tan lista, tan risueña sin afectación, tan decidida, tan poco propensa a la falsedad o al elogio fácil. Una mujer de verdad para una novela que no es de cartón piedra sino de suave, armoniosa, dulce y esperanzadora seda natural.
Orgullo y prejuicio es una novela extraordinaria, un libro extraordinario. Su gracia, su expresividad, su fuerza, su ingenio, llenan sus páginas y se introducen en el corazón del espectador. Leerlo te hace feliz. No recuerdo ahora el momento en que lo leí por primera vez, cosa harto curiosa. Era una edición bastante sencilla, de esas que venden en los quioscos y que estaba englobada bajo el título de Grandes novelas de amor. Luego he ido encontrando otras ediciones, algunas fantásticas, como las de la editorial Alba, tan cuidada y tan fiel al original. Conozco las frases, los personajes, las ideas que expresan y su forma de comportarse. Puedo decir que este libro es una parte de mí.
Es verdad que su consideración crítica ha ido cambiando con el tiempo, pero esto suele ocurrir con las obras de creación. En ocasiones se establece una absurda barrera entre lo serio y lo intrascendente sin pensar en que un libro no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta y, además, hablar de la vida siempre puede o debe ser considerado importante. Jane Austen, la autora del libro, me parece un personaje de enorme interés, o mejor, una persona. Imagino su vida y también esas horas de escritura solitaria aunque, al contrario de las Brönte, ella no era una persona triste, sino que le gustaba charlar, pasear y asistir a bailes. Los bailes son un elemento fundamental en esta obra. En ellos se producen los acercamientos entre los personajes, teniendo en cuenta que era la ocasión básica para conocerse e intimar de los jóvenes en la época. La otra forma de hacerlo era a través de las visitas o de los almuerzos y cenas a los que son invitados, que también se describen en el libro. Lo leí, desde luego, antes de ver la adaptación de la BBC que me parece la más ajustada y certera, como ocurre en tantas ocasiones con las que realiza. He dicho tantas veces que Colin Firth me parece el mejor Darcy que puede resultar reiterativo, pero también quisiera decir que Jennifer Ehle me parece la mejor Lizzie y nada más que hay que ver su expresión, sus ojos, que la novela dice que tenía preciosos y expresivos, y su forma de reír. Porque la risa, el humor, la dulzura de una chanza dicha con gracia, es un componente esencial del coqueteo, de la conquista. Y Elizabeth conquista a Darcy con su forma de ser, con su actitud, con su especialísima forma de ver la vida. El libro es, pues, el relato de una conquista y es también el proceso de cambio de un hombre que, teniéndolo todo, estaba ayuno de aquello que hacer verdaderamente felices a las personas, un alma gemela, un corazón en el que mirarse. Esa escena en la que Darcy contempla cómo Lizzie toca el piano con su hermana Georgiana es la clave del enamoramiento, es el clímax, al igual que en Emma lo es el baile en el que, por fin, ella danza con el amigo del alma y siente que le pertenece.
Me gusta pensar que la alegría de Elizabeth transformó la vida de Darcy, un hombre honesto pero taciturno, que estaba deseando encontrar alguien que aportara esa luz que toda vida necesita. La alegría es un don poco valorado, porque parece algo humilde y que pueda estar en manos de cualquiera, incluso de los bobos. Pero la alegría es una emoción que tiene efectos tan duraderos y curativos como se ve en este libro.
En la serie de la BBC, tan fiel al libro, Darcy no se ríe nunca, salvo una pequeña sonrisa cuando la escena de la boda, ya al final. Sin embargo, su mirada expresa todo el amor que siente por ella y ella no solamente lo mira con amor sino que le sonríe desde el amor. Después de leer todos los libros de esta autora, sus cartas, algunas biografías, pienso que ella se veía reflejada más que en ninguna de sus protagonistas en esta Elizabeth tan ingeniosa, tan lista, tan risueña sin afectación, tan decidida, tan poco propensa a la falsedad o al elogio fácil. Una mujer de verdad para una novela que no es de cartón piedra sino de suave, armoniosa, dulce y esperanzadora seda natural.
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