Tu palabra, tu vida


Dedicatoria:

A mi madre

Creo que no tendría aún quince años cuando mi madre me regaló ese disco de Serrat dedicado a Miguel Hernández. Una cubierta negra y unas canciones que aprendí, como hacía con todas las canciones que escuché tantas veces en mi infancia, mi adolescencia, mi juventud. Porque, además de escribir, la otra cosa que siempre me gustó hacer, que siempre quise hacer, fue ésa, cantar. Las canciones de Serrat venían a superponerse a los poemas de Miguel Hernández que yo ya conocía, que había leído y que tenía en unos librillos finos y de pastas muy blandas, algunos editados en México y que me mandaba de Madrid un amigo que estudiaba Económicas y que sabía más que todos nosotros, chavales de pueblo y de barrio, sin apenas mundo recorrido. Más allá de nuestras salinas y de la mar de Cádiz, los amigos que estudiaban en Madrid eran las voces de otros mundos y los ecos de otras formas de vivir. Por eso, José Luis me mandaba libros que no se podían encontrar en todas partes. Y así coleccioné durante un tiempo todo lo que había de Miguel Hernández y aprendí de memoria a recitar su poesía. Algo que ahora, ya lo sé, los alumnos no hacen. Con lo bueno que es recitar poesía para perder la vergüenza a hablar en público...

Mi madre, con ese regalo del disco de Serrat, me puso en la pista cierta de Miguel Hernández y contribuyó a que se convirtiera en uno de mis poetas, no digo preferidos, mejor digo amados, o admirados, o cercanos. Mucho más en este caso, porque Miguel, todos lo sabéis, era un hombre del pueblo que nunca dejó de estar cerca de ese pueblo, no como otros que, con el pretexto de salvarnos a los demás, se salvaron ellos solos, vivieron en palacios, en exilios dorados y gozaron de una vida larga y repleta de compensaciones. Miguel era pobre y pobre murió. Murió en la cárcel de una enfermedad que entonces se llevaba a mucha gente por delante, porque era frecuente morir y enfermar en la cárcel (mi madre puede afirmarlo, ella misma fue una huérfana a la misma edad que yo recibí como regalo ese disco). Los poemas de Miguel Hernández me han cautivado siempre. Los he leído y he reconocido en ellos a gente con la que he tropezado en mi infancia y en mi calle: es una poesía que sale del dolor y el dolor se reconoce siempre y no se olvida.

Ahora, en un libro recién publicado, Andrés Trapiello, nos devuelve la memoria de los poetas de la Guerra Civil y nos recuerda que Miguel fue siempre lo que parecía, que su palabra y su vida eran igual de transparentes. Eso debió intuir mi madre cuándo me regaló aquel disco. Eso lo tengo presente todavía.

Comentarios

Julie Sopetrán ha dicho que…
CLB, Me ha emocionado este artículo en el que hablas de Serrat y de Miguel Hernández, a mi me ocurrió todo esto cuando escuché por primera vez aquel disco, que yo regalé a mi madre para que lo escuchara conmigo... Años atrás, claro, pero me he vuelto a sentir niña leyéndolo. Gracias. Felicidades por tan magnífico blog, entraré muchas veces a leerlo. Porque aunque he crecido me sigo sientiendo, como entonces... Un abrazo.
Caty León ha dicho que…
Muchas gracias por tu comentario. Esperamos que te hagas asiduo lector de este blog que también es el tuyo. Y seguiremos contando cosas de Hernández, estamos preparando un montón de actividades para Octubre.

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