Escribir
Una conversación intrascendente (aparentemente) puede hacernos pensar en cosas que no habíamos descubierto.
Ahora lo explico en primera persona: ¿Por qué me gusta tanto escribir? ¿Por qué me cuesta tan poco escribir?
He buceado en los tiempos del pasado (no tan lejanos) y me he encontrado con la máquina de escribir, con la Academia de Don Manuel y con las clases de mecanografía. Ahora ya no se llevan, aunque no sé por qué, pero, hace unos años, algunas niñas de mi calle asistíamos a clase de mecanografía (bueno, no fuimos tantas, unas tres). Allí aprendíamos a escribir a máquina pero, ahora lo pienso, también aprendimos a escribir. No a eso que llamamos "escritura creativa", sino a escribir correctamente, a saber hacer una carta comercial, una carta amistosa, una instancia, un documento cualquiera, un agradecimiento, mil y una fórmulas que existen y existirán. Aprendimos a manejar el instrumento (la máquina de escribir) al tiempo que el lenguaje, que la lengua escrita.
El método de mecanografía de la Academia de Don Manuel (Dios mío, he olvidado el nombre de la Academia, no, sí, lo recuerdo, Academia Santa Teresa), consistía en aprender a manejar el teclado primero, luego copiar, frases, pequeños textos y, por fin, copiar libros. El copiado de libros era el penúltimo peldaño y, a través de ese ejercicio diario, una ganaba velocidad al escribir, se aprendía el teclado de memoria, y, oh milagro, desarrollaba portentosamente la memoria visual, la que sirve para no tener faltas de ortografía y para saber cómo se escriben correctamente las palabras.
Pero, además, tenía otras utilidades: leías un montón de libros de autores de todo tipo, clásicos, juveniles, narrativa, poesía, teatro, de todo. Organizabas los textos en la hoja de papel, con lo que practicabas la disposición de las palabras en el espacio. Aprendías vocabulario que, de otra manera, no iba a estar a tu alcance y todo eso desde los ocho o nueve años hasta los doce o trece. El tiempo perfecto para aprender de todo.
Sé que la idea de que fuera a la Academia de Don Manuel a aprender Mecanografía fue de mi madre, que siempre pensó que sería algo útil. Puede que en su mente estuvieran las secretarias tan atildadas y compuestas de las películas de la época. Algunas veces se hacía un poco duro ir todos los días, en invierno y verano, sin descanso, una hora cada día. Durante algún tiempo no entendí qué utilidad podía tener todo aquello, ya que no iba a ser, definitivamente, secretaria.
Pero ahora sé para qué sirvió y me alegro de haber pasado tantas horas en la Academia, incluso a pesar de los tirones de oreja (nada fuertes, desde luego) de Don Manuel, siempre por la misma causa: yo dedicaba demasiado tiempo a leer y menos a teclear.
El caso es que le perdí, si alguna vez lo tuve, el miedo al folio en blanco, el miedo a la búsqueda de la palabra exacta. Puede que eso sea un don, pero algo tuvo que ver todo aquel tiempo de máquinas de escribir y de libros copiados.
Comentarios
AH! notareis la escritura sin tilde, pero os dire que es fallo del ordenador.
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