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Nada, en realidad


(Fotografía: Saul Leiter)

Michel Faber escribe "El libro de las cosas nunca vistas" y le hacen una entrevista para preguntarle por qué, por qué lo escribió y qué sentido tiene ese libro. No es un libro normal para él. Lo escribió a razón de seis líneas por día. Su mujer, Eva, estaba muy enferma. Cáncer. Murió. Terminó la novela porque le hizo a ella una promesa. Y escribía cada día esas seis líneas porque le hizo a ella esa promesa. Ahora Faber escribe poesía. Porque se lo debe a si mismo. 

Soy como esa mujer que avanza entre la lluvia acompañada de su perrito. Yo nunca tendría un perrito. No me gustan las mascotas. Pero parece que el perrito es el que la lleva, el que hace que la mujer avance. El perrito puede ser cualquier cosa. Un hijo, una ilusión, la vida. Algo que empuja a la mujer, que se mueve entre la lluvia, con los pies mojados y un paraguas que puede cerrarse en cualquier momento. También podría dejar de llover pero eso es más difícil. Como esa mujer, como Faber, debo escribir de las cosas que me duelen. Y hacerlo aquí es lo mismo que en otro sitio cualquiera. Al fin, poca gente lee libros, nadie leería un diario y, si alguien se asoma aquí, quizá podría encontrar algo reconocible, algo que le hiciera pensar en sí mismo. 

También mi marido, como la esposa de Faber, murió de cáncer. Esta es una enfermedad terrible. Te mata antes de morirte. Te condena. Cuando el médico te dice, como en nuestro caso, que la operación no ha servido de nada, que no ha podido extirpar el tumor porque estaba en el mediastino y había peligro de muerte, entiendes que se ha dictado sentencia y que estás en el corredor de la muerte. Un condenado y alguien que, a su lado, asiste a la ejecución sin poder mirar hacia otro lado. Así fue el caso. El médico me miró con lástima. Sudaba. La operación había sido larga y dura. Una enorme cicatriz junto al esternón lo certificaba. La UCI  y el frío del despertar. Pero, lo peor de todo, sin duda, fue esa afirmación terrible: no hay solución. No se ha podido extirpar el tumor. Se queda ahí. El tumor se quedó ahí a la espera de que la radio o la quimio lo devoraran. No sé lo que él pensó. Pero recuerdo lo que yo pensé. Esto no tiene remedio. Adiós. Se ha terminado todo. No hay nada más que esto. 

En esa convicción vives los días. No sabes cómo los vives. No hablas nunca del tema principal, no te despides. Cada día es un sufrimiento diferente. Un día lloras. Otro día vas al médico. Otro miras en Internet a ver si encuentras algo. Otra recibes la visita de unos amigos y disimulas. Nunca te despides, nunca hablas directamente de lo que sientes. Estas en otra galaxia mientras el cáncer avanza imparable. 


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