Está llegando el tiempo de cerrar este capítulo. Un nuevo curso escolar termina. Como se deshojan las páginas de un calendario, así los días de colegio están llegando a su fin. El próximo curso escolar habrá niños nuevos en las aulas y también profesores nuevos que vendrán al Instituto. Un sinfín de proyectos saldrán de nuestra imaginación. Algunos se realizarán y otros quedarán ahí, en el armario de la memoria. En ese armario guardamos, sin que se estropeen y sin que cojan polvo, todos esos nombres y esos rostros que forman el anuario sentimental del profesor. Los niños que tuvimos en la escuela hace años no se olvidan nunca, siempre se van uniendo con los nuevos. Ahora, que no doy clases (y bien que lo echo de menos) me gusta pasear por los pasillos del Instituto y encontrarme con algunos alumnos a los que conozco por algo en concreto y a los que pregunto: ¿Cómo va la cosa? Y en sus respuestas hay muchas claves que sirven para entender el devenir del Instituto. Manolito Polvillo ha triunfado este año en Diversificación y el curso próximo seguro que va a ir también sobre ruedas. En otros tiempos, otros nombres de niños y otras imágenes formaban ese paisaje que nunca se borra. Ahora acabo de leer el mensaje que dejó en este blog Antonio Martínez, uno de mis alumnos del Parque Alcosa. Antonio era listísimo y muy simpático. No sé qué habrá estudiado ni qué habrá hecho pero estoy segura de que lo que haya emprendido tendrá éxito. Más allá en el tiempo hay otros nombres, como mi Lucy, o como Angelita Mateos o Dalida o Andrea. En fin, mejor será que busque por ahí algún libro que comentaros, antes de que la nostalgia haga de las suyas. Pero, ya os digo, es final de curso, tiempo de balances y tiempo de recuerdos. No sé cómo hay gente entre nosotros a la que no le gusta enseñar.
Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo. A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan
Comentarios