Los tejados de Roma


 Tenía los manteles amarillos de una tela parecida al hilo, pero más lavable, más práctica. Siempre estaba lleno, había que reservar o, al menos, dejarle una nota al camarero de confianza para que te guardara una mesa en una esquina de la terraza que no esté muy al paso. En la Osteria da Fortunata hay pasta fresca y podías elegir sabores, colores y hasta decorado. Una jornada intensa de museos y academias en Roma siempre merece un rato de buena comida y buen postre. En el ático de Giovanni las plantas parecían revivir a pesar del calor y todos nos agolpábamos en la zona buena, la esquina del sofá de exterior, el sitio desde el que veías los tejados de la Ciudad Eterna y eras capaz de distinguir, por el olor, qué estaban cocinando los anfitriones. 

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