Clarissa, insatisfecha
La relectura, qué importante. El sosiego a la hora de leer, qué imprescindible. No es fácil captarlo todo a la primera, las palabras requieren un delicado trato, un cuidado que haga de ellas lo que son en realidad y no lo que aparentan. Apariencia y realidad tienen una difícil relación mutua. Y en este libro lo que se cuenta, cómo se cuenta y dónde va a parar todo esto. Los años difíciles de entreguerras fueron, de manera curiosa, aquellos en los que Virginia Woolf empezó a publicar, a despuntar y a convertir la literatura en su opción vital y profesional. Pasaron muchas cosas y ella las plasmó de formas diversas, en ensayos, en conferencias, en novelas. La señora Dalloway es el primer eslabón, la historia en la que ella decidió que el pensamiento de Clarissa tenía tanta fuerza como el hecho de cruzar la calle. A veces, en una primera lectura, te quedas con su asombrosa originalidad y también con algunos personajes que pugnan por llamar tu atención. Pero, poco a poco, la autora va saliendo a la luz y se va mostrando sin complejos ni dudas. Ella, Virginia, intentó que la vida tuviera claridades a pesar de las rachas oscuras que vivió. Para unos, era una privilegiada miembro de una alta sociedad intelectual pero, en realidad, ella se sentía y así se demuestra en los hechos de su vida, una persona altamente vulnerable. Esa vulnerabilidad también está en Clarissa. Y la insatisfacción, esa palabra.
Pinturas de Vanessa Bell, la hermana de Virginia Woolf. Mujeres pensativas, mujeres sin rostro, mujeres ocupadas, mujeres absortas.
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