Jane Austen y el caso de Cressida Jones
Cressida Jones es una de esas amigas desconocidas de Jane Austen. Toda su vida, salvo un breve paréntesis, vivió cerca de Steventon, en un cottage que la familia reformó para adaptarlo a una vivienda con varios hijos, de los que Cressida Jones era la mayor. Ni que decir tiene que eran muy frecuentes los paseos de ambas jóvenes por los preciosos alrededores y también las visitas mutuas. Durante algún tiempo era diario verlas agarradas del brazo dar saltos de un lugar a otro, pararse en los muros bajos de piedra a descansar y a chismorrear e, incluso, oír sus risas. Cressida era un año mayor que Jane y tenía una fuerte personalidad. No le gustaba nada leer ni comentar sermones ni pamemas parecidas. Lo suyo era la acción y por eso se metía en bastantes líos que luego eran difíciles de desatar. De todas las historias que les sucedieron a ambas hay una que no me resisto a contaros aunque es algo escabrosa y, desde luego, poco edificante. Pero es que Cressida no era una cumplidora fiel de los preceptos de la vida sino una escandalosa y atrevida muchacha de menos de veinte años.
Los hechos sucedieron así: cerca del cottage donde vivía la familia Jones había una casa grande, un mayor, en el que habitaban un antiguo coronel retirado del ejército de la India, su esposa y dos hijos. Los dos hijos eran algo mayores que las chicas pero aún no tenían compromiso alguno. No parecían tener prisas y eso era, como solían comentar entre ellas, una de las ventajas de los hombres. Al no tener reloj biológico no tenían que mirar el reloj ni nadie les recordaba que había que casarse ni blablabla. El coronel había hecho una buena fortuna y serían sus dos hijos los que dispondrían de ella, llegado el caso. La esposa era una mujercita voluntariosa y muy buena ama de casa, pendiente de su marido y sus hijos. Con estos tenía una asombrosa relación de colegas para la época pero que se debía a que los había criado prácticamente sola porque el coronel andaba siempre metido en refriegas bélicas. Eso era una gran excusa, desde luego. Y los niños fueron de pequeños bastante insoportables y caprichosos, faltando mano dura para ponerlos firmes. Sin embargo, por esos milagros de la vida, al hacerse mayores se convirtieron en dos personas sensatas y muy trabajadoras, que llevaban los negocios del padre, tanto en ultramar como el Londres, con toda corrección y entusiasmo. Dos muchachos solteros, dos chicas solteras, miel sobre hojuelas, pensaba Cressida. Pero se equivocó.
El coronel se llamaba Weston y un día invitó la señora Weston a las dos chicas a merendar a su casa. Lo de merendar es un decir, porque se trataba de un pequeño refrigerio de media tarde a la espera de la hora de la cena, que era el momento cumbre del día. El refrigerio lo había preparado la cocinera de la casa, la señora Tullers, escocesa, rojiza y dicharachera, y lo había servido la doncella de comedor, Gladys, cuya cofia siempre se ladeaba de mala manera. Quizá se debía a que Gladys tenía un cabello frondoso y se lo recogía en lo alto con un gran moño, que la cofia era incapaz de cubrir. La señora Weston le había indicado más de una vez, a través del ama de llaves, la señora Deane, que se cortara esa mata de pelo, pero, ay, el don más preciado de Gladys no estaba dispuesto a desaparecer. Porque el día de salida, que era el jueves por la tarde, ella acudía al pub de la zona muy encopetada con su blusa nueva y su capa de lana, coronada siempre por una alegre trenza alrededor de la cabeza mientras su mata de pelo oscuro volaba con el viento. Era un espectáculo imperdible.
Sentados en el salón de estar los señores Weston, las dos chicas y los hijos Weston, John y Williams, la conversación era alegre y entretenida, sin esos incómodos espacios vacíos que su suceden a veces en la charla. Sin embargo, una pregunta de Cressida parecía rasgar el aire y levantar chuzos de punto. ¿Cómo es que dejó usted la India tan joven, coronel? Ay, ay, ay, nunca lo hubiera preguntado. Las miradas fueron de unos a otros a modo de lanzas que se clavaban. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué se escondía detrás de esa inocente pregunta, hecha sin intención alguna por Cressida?
(continuará)
(imagen: cottage en Costwold)
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