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Ritos

 


Los ritos son esas pulsiones emocionales que nos llevan a la nostalgia. Aún así los necesitamos. Ordenan el calendario, clarifican las secuencias de los días y las noches, establecen la prioridad de nuestros afectos y, sobre todo, abren las ventanas de la memoria. Si a principios de diciembre colocas en tu casa esa sinfonía de luces, de ramas y de todos esos pequeños habitantes de la caja de navidad, entonces estás conjurando a quienes antes que tú hicieron esa misma operación y te enseñaron a hacerla. Los ritos de la navidad son, quizá, los que más recuerdos producen. Los días previos, los dulces que tu madre hacía, las compras que a tu padre le gustaba encargar, productos que solo se veían en esas fechas señaladas y la casa convertida en otra cosa. La caja de navidad que se abre y de ahí salen cosas año tras año y esa fisonomía dura un tiempo tan largo que da tiempo a que llegue el otro año, el año nuevo. Cosas nuevas y cosas viejas, la lámpara de Aladino, la necesidad de sacudirse de rémoras y de recobrar luz. Las luces son protagonistas. La gastronomía también. Los niños, con todo por delante. Los adultos, con tanta memoria detrás. Es una conjunción de miradas que solamente tiene sentido si los ritos cumplen su función. 


Hay gente a la que no le gusta la navidad, no quiere sentirse obligado a disfrutar, eso le parece opresivo y tiene el temor de que no surta efecto. Hay espíritus que no encuentran su sitio entre el gentío, no echan de menos la amplitud de la familia extensa, de los grupos de amigos y se refugian en sí mismos, mucho más que en los demás. Pero también los hay que necesitan volver a reencontrarse con los ritos e incluso escribirlos. Dos de las personas más cercanas de mi vida, entre las cuatro más cercanas, no habían vivido nunca la navidad de niños. Fueron niños-hombres desde siempre, con trabajo duro y con amaneceres de madrugón para salir a trabajar, sin regalos de reyes y sin papá noel. Qué curioso que esos dos mismos hombres tuvieran tanta ilusión por sus navidades de adultos, las que construyeron ellos para sí y sus familias, las familias que crearon, las que quisieron convertir en templos de las miradas, mírame a los ojos, disfruta de que hoy estamos aquí, de que tocamos y cantamos villancicos, de que la despensa está bien llena y de que somos una familia. Estamos juntos. A ellos la navidad se les fue demasiado pronto. Por eso vuelven sigilosos cada vez que la casa se viste de símbolos. Y el olor de la cocina de ella asoma sin permiso. Tortas de nochebuena, pestiños del abuelo Luis, panderetas y vamos a cantar la navidad en la sobremesa. Ritos. 


Y el amigo invisible. Y jugar a las palabras. Y jugar a adivinar películas. Y jugar a las músicas de cine. Y jugar a toda clase de juegos. Y hacer puzzles imposibles. Y reírse. Cuánto bagaje. Y la obligación de transmitir los ritos. Y de recordarlos. De hacerlos llegar a los niños. De no olvidar. Eso nunca. Nuestros ritos. La muñeca de todos los años. El perfume. Los libros. Los avíos del colegio. Los cuadernos de hojas lisas. La música. Las flores de Pascua. Y el olor del pavo con almendras. Y "Qué verde era mi valle", "Qué bello es vivir", y todas esas americanas de Papá Noel, la última adquisición que ya tiene solera. Ritos.


(Fotos: Caty León)

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