Muchachas cosiendo

 


(Muchacha cosiendo de Edward Hopper)


Las Damasio, todas mujeres, cuatro hijas y la madre, vivían en una casa grande y bonita que tuvo momentos mejores. El padre pertenecía a una familia que tenía viñas y huerta. Las viñas daban un vino dulce que luego vendían en su propio establecimiento. El vino de Damasio gustaba a todo el mundo. Y el padre era un espléndido vendedor, siempre atento, amable y pendiente de la clientela. Nadie tenía queja alguna de él y menos que nadie su familia, sus hijas y su mujer. Era uno de esos hombres que estaban enamorados de su esposa de una forma tan absoluta que las hijas se miraban entre sí porque parecían estorbar cuando los padres estaban cerca el uno del otro. Un amor tan distinto a lo que sucedía en las casas de las vecinas que ellas, las hijas, lo convirtieron desde niñas en el amor perfecto, en el ideal del amor y del matrimonio. Podían haber durado toda la vida juntos y felices, haber celebrado las bodas de plata, de oro, de platino o de diamante, pero no tuvieron suerte. Hacia dos años que el padre había muerto. Ninguna de ellas tenía muy claro de qué murió salvo que fue unos tres meses después de salir de la cárcel, donde había estado encerrado casi un año por no se sabía qué. En esos años nadie sabía por qué entraba en la cárcel, les había explicado la madre. Tampoco qué golpe de suerte hacía que salieran. Pero el padre salió de allí enfermo. La mala vida, volvió a explicarles la madre. La mala vida que le dieron allí lo mató. Eso era todo lo que sabían. Las cuatro hijas y la madre se quedaron solas. Vendieron el bar, vendieron las viñas y se quedaron con esa casa grande a la que pronto sacarían provecho. Era lo que tenían. 


Una tarde de verano estaban Alba y Alicia Damasio cosiendo junto al balcón del comedor. Sujetaban con fuerza las telas oscuras que cosían, y que se movían con el ventilador que estaba sobre la mesa. Aquel verano el calor las tenía cansadas. Pero había que coser sin falta y había que cumplir con los encargos. Ellas y sus dos hermanas mayores cosían pantalones de hombre para una tienda que se los pagaba a precio razonable. La tienda estaba en el pueblo de al lado, al que había que llegar en tranvía, cruzando un entramado de esteros y por una incierta carretera. Al tranvía lo llamaban todos “el canario” porque era amarillo fuerte, igual que el pájaro. La luz de la tarde empezaba a escasear y Alicia se resentía. Era la más pequeña de las hermanas pero también la más delicada de salud. Los ojos le molestaban muchas veces y por eso las otras le dejaban menos trabajo, lo mínimo para poder cumplir con las fechas. Pero a veces no era posible y Alicia terminaba con los ojos enrojecidos y una expresión desoladora. Solo tenía catorce años y sabía que durante mucho tiempo tendría que seguir trabajando de esa forma. 


Alba y Alicia se hacen confidencias. Tienen mucha confianza. Las hermanas mayores son más serias y ellas les cuentan poco. Se llevan solo dos años y pueden entenderse muy bien. Se quejan mucho de tener que estar todo el día cosiendo, haciendo entregas o cortando patrones. Quieren otra clase de vida. Pero no parece posible. 

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