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La risa, que hace libre

 


Las cuatro niñas y el niño se quedaron huérfanos de padre muy pronto. El padre era un socialista de los antiguos, de los que creían en el reparto de la riqueza, en el trabajo duro y en la defensa del honor. Por eso defendió siempre sus ideas y por eso lo encontraron guardando una pequeña bandera republicana en su negocio. Se la cargó. Se dice que aquello fue un chivatazo porque, a ver, quién podía saber si no un allegado que guardaba esa pequeña bandera. El caso es que pasó por la cárcel y allí soportó tantas palizas que, al salir, duró muy poco, y los hijos se quedaron huérfanos y la mujer, viuda. Ah, la mujer. No había en el mundo una pareja más enamorada que ellos. Las hijas siempre soñaron con un hombre como su padre, que había adorado a su mujer y que fue el héroe de todas. Tenían una casa muy bonita y muy grande y cuando el hombre murió y perdió su negocio como solía ocurrir con la gente señalada, la madre pensó de qué manera sacarlos a todos adelante y montó allí mismo, en su espaciosa casa de grandes balcones a la calle, salón con muebles oscuros y lámparas de tulipa, una casa de huéspedes. Admitían a muy pocos y escogidos, gente de confianza que llegaba a hacer tareas para telefónica o cualquier otra empresa similar. Pasaban allí dos o tres meses, en ese entorno familiar, y las hijas entonces cedían sus habitaciones y dormían más estrechas, aunque lo hacían de buen grado porque sabían que así sus vidas continuaban adelante. Cuando pasó el tiempo todos ellos se casaron y la madre, ya abuela, era esa mujer vestida de negro, con su moñito bajo y su bolso negro, que iba a visitarlos a cada uno de ellos por riguroso orden. Y las nietas, muchas, se ponían muy contentas cuando la veían llegar en el autobús para la visita anual y se sentaban en torno a ella escuchando simplemente lo que hablaba con sus madres y las historias felices que contaban de los tiempos pasados. Esto, todo esto, era amor y era familia. Y la risa era uno de sus mejores ingredientes, a pesar de todo. La risa, que los hacía libres, porque ninguno de ellos transigió nunca con la amargura ni rompió el recuerdo del padre fallecido con palabras falsas. 

(La foto es antigua, la Alameda de Chiclana en tiempos de las hijas)

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