Solo nueve días. Solo nos separamos nueve días. Era ya el mes de julio y había que cumplir con la familia. Cada uno con la suya. Aún nos era extraña la del otro. Solo hacía un par de meses que nos conocíamos. Era suficiente. Un tiempo suficiente para saberlo todo. Para intuir el resto. Para desear no separarnos nunca. Pero ese primer verano hubo un pequeño paréntesis, un tiempo en que pudimos notar la distancia y desear que no existiera. Qué milagroso todo...El encuentro, las frases, las miradas, la hora, el descubrirse...
¿Quién es la chica rubia que pasea por la playa? La playa está desierta y ella plena. Mueve los pies sobre el fondo arenoso, busca explicaciones a lo que no las tiene, recibe el sol pero no demasiado, espera a su padre, que la lleva en el coche. Tiempos de sal, tiempos de agua salada, salada claridad, todo en la sal dormido, el amor que ha venido y no se guarda en cajas sino que se alimenta, que resbala, que tiembla...
Esas manos, las manos, todo fueron las manos. Serenas, firmes, limpias, incrédulas, constantes, libres, pausadamente. Esas manos que rondan por las tardes en la cabeza y dice que pronto volverá, que pronto estará de nuevo en lo cercano, en la rueda que baña el corazón, en el silencio pleno. Solo fueron nueve días, nueve tan solo, fueron nueve solamente, fueron bastantes. Esa distancia, esa lejanía, sirvió para explicar el secreto de aquello. Amor, se llama amor, se llama vida.
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