La casa tenía música y letra
(Robert Capa, conocido fotoperiodista a quien se considera un maestro de la fotografía de guerra, también hizo fotos en color, como esta que aparece aquí a Capucine)
Entre aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas está la música. Cada hora del día tiene su música, cada año su canción, cada década su estilo. En la casa, abierta al mar, a los vientos, al levante, al poniente, al sur, al verdín, al atlántico, a las azoteas, a la calle, sonaba la música muy a menudo porque todos allí ponían los pies igual que Scarlett O'Hara lo hacía en la fiesta de recaudación de fondos por debajo de la mesa. Las tardes de los sábados había baile en el patio y allí acudían los muchachos de la calle y las chicas, para danzar los pasos ensayados durante toda la semana. En una esquina estaba el tocadiscos y en la otra, una mesa rectangular con coca-cola, bocadillos y patatas fritas. Ese era todo el menú. Suficiente.
Luego estaba la música para escuchar, la que recorría los rincones mientras cada cual hacía sus tareas: estudiar, lavarse el pelo, arreglar la cocina, hacer la comida, leer un libro, jugar con un tren o un barco pirata...En esos momentos siempre había música de fondo, como si fuera un gran plató o un escenario teatral, como si todos ellos fueran actores renombrados de comedia o de drama. La música sonaba y había quien era capaz de cantarla y de seguirla. Esos atardeceres, junto a la casapuerta, con un buen bocadillo de merienda, el libro en una mano, y el oído puesto en la música que venía de los vinilos, esos atardeceres escribieron la historia de toda la familia. Rock, pop, baladas y, por supuesto, cantautores, hasta la nova trova cubana, inclusive. Y, entre todos ellos, estaba Serrat. Aunque la madre decía que era muy triste y algunos de los hijos le daban razón, también los había apasionados, enamorados de su música, transmisores de esa fiebre a sus propios hijos más tarde. Serrat venía con Penélope, cruzaba el Mediterráneo, abrazaba a la mujer que yo quiero, y decía que tu nombre me sabe a yerba. Y todos los demás. Canción tras canción.
Vimos a Serrat cantar en Pineda de Mar. Lo vimos en Sanlúcar. Lo vimos mil sitios que ahora no recuerdo. Y, sobre todo, lo cantamos. Podemos cantarlo todos a voz en grito. Las canciones son nuestras. El tiempo es nuestro. La tradición de la familia está también en él. En El Principito, en Agatha Christie, en el cine negro, en los westerns, en las gloriosas pantallas del verano, en los dulces de zanahoria, en las tortas de nochebuena, en los vestidos cosidos por sus manos, en los disfraces. También en él, Serrat y sus canciones. De mayores a chicos. Padres, hijos, nietos. Una robusta y sólida forma de encontrarse.
(Otra fotografía de Capa en color, esta vez a la estrella cinematográfica Ava Gardner)
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