Ir al contenido principal

"El poder del perro" (2021), Jane Campion


Cumberbacht hace de Alan Turing en una película de 2014, The Imitation Game, y Jesse Plemons de abogado del Whashington Post en Los archivos del Pentágono, de 2017. Es tan joven (tenía 29 años) que el mismo Ben Bradlee, el mítico director del periódico que interpreta Tom Hanks, se ríe de su inexperiencia. Aquí ambos, Cumberbacht y Plemons, son hermanos. Muy distintos entre sí. Aprovecho para advertir del continuo spoiler en este post. Sin desvelar la trama es imposible escribir lo que quiero decir acerca de esta película, El poder del perro, estrenada en 2021 y dirigida por Jane Campion, la directora de El piano. Jesse Plemons y Kirsten Dunst son pareja en la vida real. Y Campion no conocía Montana, no había estado nunca allí y tuvo que acercarse para ver, exactamente, de qué clase de tierra seca, árida, se estaba hablando en la novela. Ambientación, se llama eso. 

Montana, 1925. Los hermanos Burbank, Phil y George, son dueños de un floreciente rancho. La diferencia entre ellos radica en su carácter. Phil (Cumberbacht) es arisco, violento e irascible, oscuro, extraño. Mientras, George (Plemons) es amable y educado, tanto que da las gracias cuando salen de un inmundo local junto a la línea del ferrocarril donde recalan ellos y diez de sus hombres (en total, doce) mientras conducen ganado. Allí está Rose, viuda de un médico, con su hijo Peter, un muchacho delicado, sensible y amante de la belleza. En el fondo, un hijo que está dispuesto a todo por su madre. A todo. Esta es la clave de la película y no otra. Aparte psicologías y complejos, esa es la gran idea que subyace en todo el relato. Peter adora a su madre más allá del bien y del mal. Y su madre tiene mala suerte. 


Una flor de manualidades hecha por Peter es lo primero que Phil conoce de él. Una flor es algo engañoso siempre. Y la relación entre ambos también lo será. Porque, aparentemente, nos tememos lo peor: Phil es un tipo con pocos escrúpulos y muchos problemas interiores que no sabe cómo conducir. Y Peter da la impresión de no romper un plato. Pero, en realidad, las riendas las lleva él y esa flor será el principio del fin para Phil. Hay un círculo de violencia que parece rodearlos a todos. Una violencia anterior a los hechos, que está escondida y no se ha descubierto pero que, en realidad, nos avisa. La primera frase que pronuncia Peter al comenzar la película es la clave de todo, de absolutamente todo. Un buen hijo. Y la cuerda que está bajo la cama en la escena final, y la ventana entreabierta desde la que Peter observa cómo su madre y George se abrazan, libres por fin, nos están diciendo mucho. Ha desaparecido el motivo por el que su madre era desgraciada, al igual que desapareció su padre que tampoco la hacía feliz. Estas son palabras sencillas que podrían convertirse en un torrente, algo peor. 

Después del éxito obtenido en el Festival de Venecia, que se rindió a sus pies, la directora, Jane Campion hizo multitud de entrevistas contando el proceso de selección del argumento, cómo decidió llevar al cine la novela y por qué la película tiene ese tono lento, espeso, acobardado casi, hasta explotar en su tramo final. Ella, que tiene 67 años, ha repetido en esas ocasiones lo lúcida que se siente para trabajar y la fuerza interior que posee ahora para hacer exactamente lo que quiere. Al final, se llevó el León de Plata a la mejor directora y el camino de los premios permanece abierto para esta película a partir de ahora. 

La simbología de la película tiene muchas lecturas. Puede verse desde muchos puntos de vista. Los cambios en la vida de Montana en esos años, la sociedad que se debate entre violencia y civilización, el amor perdido y el amor deseado, la familia y los lazos que los unen, la venganza, la ocultación de lo que uno es y no puede admitir, la maldad, la ira y la familia de nuevo. El final es aterrador. Porque se prolonga más allá de lo que, en ese momento, se descubre. Para entender el final hay que volver al principio, a las primeras frases providenciales. La víctima y el verdugo en un doble juego de espejos. Todo cambia. 

Ficha técnica: 

Título original: The Power of the Dog. 2021. Australia

Dirección y guion de Jane Campion. Sobre la novela de Thomas Savage. Música de Jonny Greenwood y fotografía de Ari Wegner. 

Reparto: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Frances Conroy, Keith Carradine, Geneviève Lemon, Peter Carroll, Adam Beach, Karl Willetts, Yvette Parsons, Tatum Warren-Ngata...


En la Mostra de Venecia han alabado la película. La han considerado una favorita a ganarlo todo este año. Y eso es un pasaporte para los otros festivales, concursos y clasificaciones. La directora tiene una sobrada fama de sensibilidad y potencia a la vez y los actores han subido un peldaño, por eso quedaron encantados con el guion como han dicho ellos mismos. Un buen guion en los tiempos que corren no es poca cosa. Lo más curioso de todo es que empiezas a ver la película temiendo que algo le ocurra al pobre Peter. Cómo ha jugado con nosotros la señora Campion!


 (Thomas Savage, autor de la novela, publicada en España por Alianza Editorial)

Comentarios

E m i l io ha dicho que…
"noto" en vez de tono. Todo lo demás es como siempre: una maravilla
Caty León ha dicho que…
Mi manía de no corregir. Gracias, Emilio. Y fuerte abrazo.
JL. Seisdedos ha dicho que…
Agradezco tu reseña de esta película que abandoné a las 10 minutos. Lo hice porque no soporto la exhibición de la crueldad y mucho menos la psicológica. El hecho de que, según explicas, se inviertan posteriormente los papeles, no me ayuda. Se que esto es algo subjetivo y, en consecuencia, no entro a valorar la obra. Solo constato que no puedo con este tipo de cine.
Caty León ha dicho que…
Entiendo perfectamente lo que dices. Es más, la primera vez que intenté verla la dejé en la escena de los ganaderos comiendo mientras el chico sirve la comida. De modo que intenté enterarme de qué pasaba después, porque no me gusta tampoco esa violencia. Pero el argumento giró y lo que parecía una cosa, fue otra. Un saludo

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac