A veces vuelvo a la señora Dalloway

 


En un rapto inexplicable, he vuelto a comprar "La señora Dalloway" en otra edición distinta. Ha sido como si nunca antes la hubiera conocido y mucho menos leído. En realidad, cada vez que la leo Clarissa es otra persona porque yo soy otra persona. Así funciona este juego libro-lectora. Clarissa es de la familia, puedo permitirme tenerla en distintas versiones. Hay una extraña emoción en esperar que llegue el libro, porque es como si viniera de visita. Y quizá lo hace. Además de comprar otra vez el libro, he buscado un ilustrador que le venga bien a esa idea de Clarissa que tengo en la cabeza. De ella y de otras mujeres más o menos del mismo estilo: fuertes, soñadoras, clarividentes, amantes de las flores, amantes en realidad. Pero no absurdas, ni dependientes ni exageradas. Libres. Un ilustrador que haya dibujado a mujeres jugando al rugby, bailando, escribiendo en su boudoir, cuidando a los niños, asistiendo a cenas, luciendo su palmito, paseando con amigas, disfrutando de la naturaleza, bien acompañadas y solas. He pensado en Walter Granville Smith, creo que es el adecuado, no solo por su tiempo cronológico (1870-1938), sino por su delicadeza. Está bien elegido me parece. Una parte de su obra apareció en algunas revistas muy importantes como "Truth Magazine", "Harper's Weekly" o "The Illustrated American". Fue el primer ilustrador en usar el color en los Estados Unidos. Un pionero que poseía un gusto exquisito y dominaba el dibujo a la perfección. 



La señora Dalloway, creada como se sabe por Virginia Woolf, se parece un poco a Flora Poste. Son las dos muy artísticas, aunque una es más salvaje que la otra. Si hago memoria puedo ver otras similitudes con mujeres que andan por los libros que leo. Resulta muy curioso: los personajes llegan a tener tanta relevancia como los autores. O más, me diréis. O más, digo. Hay un montón de mujeres en los libros de Josephine Tey, de Penelope Fitzgerald (además de Florence Green, por supuesto), de Elizabeth Jane Howard, de Edna O'Brien, de Rachel Cusk, de George Eliot, de Elizabeth Gaskell, de Jane Austen, desde luego, que podrían salir a comprar flores en cualquier momento, para adornar la casa con destino a una fiesta y podrían sentir que su casa, su vida, sus cosas, adquirían un significado distinto a la luz del día o si le dedicaban un poco de tiempo para pensar sobre ellas. Las dudas y las incertidumbres tienen su sitio en la cabeza de quienes no quieren ser un aditamento ni una excusa sino una total alegría. La alegría de saberse parte del mundo. 


"La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores. Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar las puertas; acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y luego !qué mañana! pensó Clarissa Dalloway: tan fresca como para regalarla a los niños en una playa. ¡Qué placer! ¡Qué zambullida! "

"Había multitud de flores: espuelas de caballero, guisantes de olor, ramilletes de lilas, y claveles, montones de claveles. Había rosas; había lirios..."

"Era entre las seis y las siete cuando todas las flores-las rosas, los claveles, los lirios, las lilas-resplandecían; blancas, violetas, rojas, naranja intenso..."

"Como una monja que vuelve a su retiro o como un niño que explora una torre, subió las escaleras, se detuvo junto a la ventana y entró en el baño. Allí estaba el linóleo verde y un grifo goteando. Un vacío en el corazón de la vida"

Desde que comienza el día hasta la noche, Clarissa Dalloway, hará algunas cosas que le permitirán, mientras tanto, pensar y utilizar lo que ella posee en mayor medida, la intuición. Desengañada de Richard, su marido, con el que se unió precisamente porque no lo quería demasiado. Decepcionada de Peter Walsh, su gran amor, que se está con otra mujer, mucho más fría, indiferente y extraña que ella. Cansada de ser "invisible". Así camina por el parque de St. James. La percepción de la naturaleza, sus detalles, olores, sabores y colores, su existencia misma, aparecen de una manera definitiva en los propios movimientos de Clarissa. No es una naturaleza evocada sino vista, directamente asumida, integrada en el devenir de la existencia de ella misma y de las otras personas con las que su mundo se completa. Y, junto a la naturaleza, quizá trasunto de una vida más feliz, menos llena de circunstancias difíciles, está la mente, la evidencia de que hay espíritus llamados al sufrimiento, alejados de la realidad y que necesitan el reposo y el descanso.

("La señora Dalloway", novela de Virginia Woolf (1882-1941) fue publicada en 1925, cuando la autora tenía cuarenta y tres años. En ese momento Walter Granville Smith estaba en la plenitud de su carrera). 

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