Voyeurs
(Este vestido de Edith Heath, vestido maravillosamente por Grace Kelly, ha pasado a la historia de la moda)
Cualquiera que haya tenido alguna vez una pierna enyesada sabe lo que es eso. Yo he pasado en dos ocasiones por esa experiencia. La primera vez fue en diciembre y me dediqué a ver trescientas veces “Doce hombres sin piedad”, la segunda, en verano, y escribí, o casi, mi libro sobre Manolo Caracol. Las noches eran lo peor. Todo el mundo durmiendo y tú intentando aliviar el picor de la pierna con una aguja de hacer punto, ay.
El patio de vecinos, la casa de apartamentos, es un espacio estrecho, saturado, desde el que no se ve la calle, salvo un pequeño resquicio. La claustrofobia que genera su pequeñez se une al hecho de que el hombre está sentado en una silla porque no puede moverse a causa de su pierna. El hombre es un fotógrafo, tiene calor, suda, padece de picores en la pierna y su única arma, su distracción, es mirar a través del teleobjetivo de su cámara de fotoperiodista. Aunque, en realidad, además, sobrelleva otra preocupación, la de decidir qué hacer con su vida. Puede seguir como está, viajando por el mundo y sacando fotos para su revista o darle un giro total y casarse con la bellísima, elegante, única, Lisa Carol.
La dualidad de su vida se nota en ese poco espacioso apartamento, atestado de revistas de moda y de viajes, tiradas por las sillas y las estanterías. La moda y los viajes, dos mundos aparentemente irreconciliables. Jeff observa a lo lejos, al otro lado de su cámara, los movimientos de esos personajes en los que ha convertido a sus vecinos, gente pacífica, sin nada que ocultar. El pianista enamoradizo y juerguista, la deliciosa bailarina de pantaloncito rosa, la señorita corazón solitario, la pareja de recién casados dedicados a hacerse el amor, el matrimonio que duerme en el balcón o el viajante con su esposa enferma. Gente normal. Por cierto, que la mujer del viajante es un poco o un mucho insoportable. “Las mujeres no gruñen, comentan”. “Tal vez comenten en la alta sociedad, pero en mi barrio gruñen”. Así es la mujer del viajante, una gruñona.
(Lisa y Jeff observan el trasiego del patio y, dentro de él, lo que ocurre en la ventana del viajante)
El atractivo suavemente cotidiano de James Stewart se desparrama en esta película sin necesidad de que aparezca vestido. Un pijama y un color cálido, saturado, cotidiano, son suficientes. Aquí está también, poniendo orden, Thelma Ritter, después de hacer de Birdie en “Eva al desnudo”, donde era la persona de confianza de una histriónica Bette Davis, y de beberse todo lo bebible en “Confidencias a medianoche”, Doris Day al mando de una historia de malentendidos, con el genial pero poco valorado Rock Hudson. La sabiduría de Stella (o Thelma, para entendernos) es indudable, el sentido común, también. Por eso aconseja a Jeff que no lo dude y que se case con Lisa, esa chica adorable al que él teme casi tanto como ama. Nada nuevo bajo el sol. El eterno dilema.
Esta es la historia de una investigación realizada por tres detectives poco usuales: El hombre con la pierna escayolada, la enfermera a domicilio y la chica de mágica belleza. El hombre se aburre, la enfermera siente curiosidad pero, para la chica, es una forma de decirle a su amado, oye, estoy aquí, no soy una cursi mojigata, puedo cruzar el mundo con mi pequeño maletín y mi frasco de perfume francés, puedo hacerlo todo por ti. “Las personas sensatas pueden ir a cualquier parte”.
Esta es la historia de un hombre que, para variar, no quiere casarse y aún menos hacerlo con una mujer perfecta. Esta es la historia de una muchacha sofisticada, guapa y enamorada que lo hará todo por lograr su objetivo. Incluso aparecerse de improviso con un maravilloso vestido blanco y negro, con la falda de pliegues de seda y gasa, el cuerpo negro muy ajustado y con amplísimo escote de pico en el cuello y la espalda. Incluso inclinarse hacia él y besarlo, besarlo inmensamente mientras él entreabre los ojos sorprendido y admirado.
Ella es la chica que “nunca lleva el mismo vestido dos veces”. La que luce la ropa diseñada por Edith Head como si fuera una diosa, y quizá lo sea. La que luce perlas en el cuello, en las orejas y en las muñecas, de una forma provocativamente fría, la que mueve su media melena rubia al compás de las altísimas sandalias de tacón. Estilo, es la palabra. Es el concepto. La dueña de la ciudad, sin duda. Una princesa.
(Tras la conclusión, Lisa vuelve a sus gustos de siempre. Las bellísimas imágenes de Harper´s Bazaar, la revista de moda)
El cielo rojizo al caer la noche, las ventanas que se abren y cierran, las puertas que no hacen ruido, el duermevela del hombre escayolado, el sonido insistente de la lluvia que pone música de fondo al ir y venir del viajante con su impermeable negro y su maleta blanca, todos son ingredientes de la acción, rápida, sin descansos, en una continuidad que te mantiene en vilo, a ti y a los habitantes de la casa.
En el tiempo que dura la investigación la vida de los personajes cambia. La cámara de Jeff recogerá fielmente esos cambios y será el testimonio de que la vida continúa y de que nada se para. Hay incluso una esperanza para quienes no parecían tener buena suerte a tenor de lo que han visto sus ojos desde la ventana a través de la cual se observa la vida de los otros. Como hizo Almodóvar en su “Mujeres al borde de un ataque de nervios” cuando Carmen Maura se sienta frente a la fachada de la casa de Iván, mientras en las ventanas aparecen escenas que recuerdan, enormemente y como gran homenaje, a este patio de vecinos, este reducto de la vida que Jeff mira impotente tras su ventana, indecisa, dudosa, invisible, indiscreta ventana.
Sinopsis
L. B. Jeffries, fotógrafo, está en una silla de ruedas con su pierna rota mientras se entretiene en mirar por la ventana de su apartamento en una casa de pisos y deshoja la margarita en su relación con la hermosa Lisa, que pretende convencerlo para que se casen. Mientras, una investigación por un supuesto asesinato dará lugar a los acontecimientos más inesperados.
Algunos detalles de interés
Raymond Burr, el viajante, será el famoso abogado en silla de ruedas Ironside, en la serie de televisión del mismo nombre. La película, dirigida en 1954 por Alfred Hitchcok, está basada en un cuento de 1942 cuyo autor era Cornell Woolrich, que convirtió en guión John Michael Hayes, también guionista de “El hombre que sabía demasiado” y “Atrapa a un ladrón”.
La magnífica fotografía, una de las claves del filme, es de Robert Burks y la inquietante música fue escrita por Franz Waxman.
Grace Kelly obtuvo el premio a la mejor actriz del Círculo de Críticos de Nueva York. Dos años después de rodar la película se convertirá en Princesa de Mónaco por su matrimonio con Rainiero III.
La diferencia de edad entre los dos protagonistas era de 21 años. Stewart había nacido en Indiana en 1908 y Kelly en Filadelfia en 1929.
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