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"Un lugar pagano" de Edna O´Brien

Toda la obra de Edna O´Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930) está impregnada de los paisajes de su infancia, del eco de su tierra, de sus padres, sus vecinos y amigos, su vida entera. Es una obra autobiográfica en el mayor, y mejor, sentido de la palabra. En sus libros vuelve a repetir a veces algunos acontecimientos que le han dejado huella, de forma que, sencillamente, sin alharacas, conocemos a la niña Edna, a la adolescente, a la joven y, sobre todo en su último libro Chica de campo, a la mujer y a la anciana. 

Hay un hecho que recoge nada menos que en tres de sus libros. Esa historia tierna de la muñeca vestida de satén que alguien le había regalado y que presidía un cuarto de su casa y que la maestra (con la que mantiene una relación de amor-odio, como con las monjas del convento) le pidió prestada para una función de fin de curso. La muñeca nunca fue devuelta y esa pérdida parece que tiene un significado simbólico para ella. Es, quizá, la pérdida de la inocencia, la pérdida de lo que fue y no pudo culminarse, la pérdida de la infancia.

En Objeto de amor, su colección de cuentos, editado recientemente por Lumen, recrea la historia de la muñeca en un relato. También la menciona de forma destacada en Chica de campo, su autobiografía, escrita a partir de los ochenta años. Y aquí, en este recorrido por algunos aspectos de su vida, contado en segunda persona, vuelve a aparecer el hecho, la muñeca prestada y nunca retornada a su casa, a su sitio. La muñeca con el vestido de satén. 

Estuviste a punto de conquistarla cuando le llevaste una tortita muy bien hecha, y mientras le exprimas el limón te acarició la parte trasera del muslo igual que hacía con las niñas a las que quería bien, pero no fue más allá. Poco después de aquello te pidió que le prestases tu muñeca para la representación escolar y nunca te la devolvió sino que la guardó en el aparador donde la veías a diario, tu muñeca preferida con los pómulos altos y el vestido de satén. 

Es la capacidad de tomar un detalle y convertirlo en carne de literatura lo que hace que Edna O´Brien sea una escritora genial. Su mirada es como la del fotógrafo que es capaz de hallar en un paisaje visto por todos, algo que nadie más ha percibido. Lo importante en sus libros, también en este, no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Y eso que algunos pasajes son verdaderamente notables porque ponen negro sobre blanco un telón de fondo lacerante, con actitudes fanáticas, con pobreza sin asumir, con gente miserable y mezquina. Pero, sobre todo ello, lanza su mirada y apacigua lo que vemos, lo traslada a nosotros de la mejor forma posible, no con detallismo absurdo, sino con la ternura de quien ha llegado a comprenderlo todo. No oculta nada, pero lo matiza con un gesto humano y pleno de autocrítica. 

La naturaleza, junto con las emociones humanas, son el otro gran argumento de la escritora. Esa naturaleza que vivió en su infancia y que echa tanto de menos cuando abandona la verde Irlanda que la vio nacer. Cualquier destello de la vida tiene en la naturaleza su reclamo. 

Las fresas te habían manchado y perfumado las manos, y te habían dejado entre los dedos unas manchas negras. 

Tú pusiste rododendros en sendos cuencas, una flor grande en cada uno, uno para el dormitorio de Emma y otro para la sala donde se colocaría la mesita para el té. Tu madre comentó que se marchitarían y tendrías que tirarlos, pero andaba demasiado atareada como para detenerse en aquel detalle. Eran flores grandes y cerúleas como estrellas que hubiesen caído y florecido. 

Y la madre. La madre como educadora, como garante del celo cotidiano, como mujer fuerte que debe acarrear agua, limpiar el gallinero, estirar el dinero hasta donde no era posible. Como mujer sufridora que aguanta lo indecible ante un marido, un padre, que bebe demasiado y que olvida demasiado sus deberes. 

Se encaró con ella. Tu madre se mostró dócil. Dijo que había sido su esposa, su sierva obediente durante más de dieciocho años. Él respondió que muy bonito, que estaba precioso eso de engañar a un hombre en su propia casa, y le dijo que si creía que se iba a ir de cositas ya podía ir quitándoselo de la cabeza. 

La religión. Los dogmas, la fe, los mandamientos, el catecismo, los sacramentos, los curas, la iglesia, las prohibiciones, el qué dirán, lo que está bien, lo que está mal, lo que nunca haría ninguna chica de bien, lo que una madre no puede consentir, lo que el pueblo comenta, lo que un buen católico irlandés jamás diría. 

Pero incluso durante las oraciones dejabas volar los pensamientos. Pensabas en tu madre y en la tía Bride y en los asuntos que estarían tratando. Nunca tenían gran cosa que decirse. 

Dedicado a su amigo Harold Pinter, lleva una cita de Bertolt Brecht en su inicio: Llevo un ladrillo sobre el hombro para que el mundo sepa cómo era mi casa. 

Eso es lo que hace Edna O´Brien con este libro. Contarnos cómo era su casa, cómo era su gente, cómo era su vida. Abre el capítulo de los recuerdos, se cuela en su infancia, se asoma a los sentimientos que siguen guardados en el fondo de cualquiera, porque son los que le ha ido forjando la vida. Y todo eso lo cuenta y de qué manera, utilizando el lenguaje de una forma virtuosa, sencilla, ingeniosa y llena de luces que no se apagan cuando el libro termina. 


Título original: A Pagan Place. Edna O´Brien (1970). Edición en castellano por Errata Naturae en agosto de 2017. Traducción de Regina López Muñoz. 


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