Ir al contenido principal

"Paraíso" de Edna O´Brien


(Fotografía: Nina Leen)

Una mujer sencilla en apariencia pero complicada de mente, observadora, dispuesta y dubitativa, está pasando unas vacaciones en algún lugar del Mediterráneo. Una villa blanca, lujosa, en un pueblecito marinero, con un mar azul e intermitentes olas, un sitio de ensueño. Puede ser Italia, Grecia o, incluso, España, las Islas Baleares. El dueño de la casa es el hombre con el que ahora comparte su vida, podíamos decir un trozo de vida, la vida que él ha decidido compartir. Pero aquello está lleno de gente, al menos veinte invitados más, mujeres, hombres, niños y muchos criados. También hay un monitor de natación venido expresamente de Inglaterra, porque ella, la mujer, no sabe nadar. 

Empezaron los relámpagos de verano. Eran esporádicos, silenciosos y levemente teatrales...Encendían una parte del cielo, luego otra...Los fogonazos azarosos y fugaces de los relámpagos estivales eran una distracción y les proporcionaba algo que señalar con el dedo. 

La mujer se pregunta en reiteradas ocasiones qué hace allí, qué tiene en común con aquellas personas, de qué modo puede lograr sentirse segura, y no con esa sensación tan incómoda de miedo y de vergüenza que tiene a menudo. Por eso intenta aprender a nadar y sigue con disciplina las clases con el monitor. 

Las palabras luchaban por liberarse, por decir algo, algo gracioso que la integrase en el grupo. Pero tenía la lengua atada. 

Pero, mientras tanto, observa y entiende que, en realidad, ese no es su sitio, esos no son sus amigos (excepto, quizá, una chica embarazada y puede que por esto mismo) y que ese no es su hombre. Que es el hombre equivocado, alguien con muchos matrimonios a sus espaldas, con muchas mujeres en su haber y con oscuridades y silencios que nadie como ella lograría soportar. 

Seguramente ellos conocían a sus predecesoras. La compararían con minuciosidad, su apariencia, su acento, la forma en que él se comportaba con ella. 

Este es el paisaje de fondo del cuento "Paraíso", que forma parte del volumen de cuentos "Objeto de amor" publicado por la editorial Lumen en 2018 y escrito por Edna O´Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930). 

En este cuento se condensan muchas de las características literarias de la escritora: La naturaleza, con esa oposición entre el mar de los lujos y la sencilla naturaleza de la vida campestre, como un ideal perdido en las brumas de la infancia. 

Tendría que ser sincera, declarar que no me gusta el mar, que soy más de tierra firme, que me gustan la lluvia y las rosas en un campo, la llovizna que salpica las rosas y la vegetación.

Las relaciones humanas, contrastando la superficialidad de ese grupo de personas y los intensos sentimientos que a ella la asaltan aunque a escondidas. La madre, esa mujer a quien ella le escribe una carta que nunca echará al correo pero que contiene algunas verdades íntimas que la consuelan. Y luego la cobardía, el miedo, la lucha por encontrar un sitio en el mundo, el lastre de las infancias malparadas. 

Y el amor. O lo que quiera que sea. El amor, con sus manifestaciones físicas pero, sobre todo, con su desapego, con su imposibilidad de perdurar, con su simulación, su engaño, su mentira. En imágenes que parecen tomadas de D. H. Lawrence, destellos de Ursula y Birkin, de Gudrun y Gerard. No tenía nombre para aquella emoción enigmática que era más que amor o quizá menos...Con frecuencia pensaba que él la odiaba por involucrarse en algo demasiado íntimo. 

El desenlace no tiene nada de idílico, contrasta con el paisaje, con la lucidez del verano, con las noches de conversaciones sin fin. Es un final O´Brien, en línea recta, sin contemplaciones, sin nieblas que cubran la realidad. 

Estaba cansada. Cansada de la vida que había escogido y decepcionada con el hombre al que había puesto en un pedestal...El cansancio le venía de dentro, y, como una respiración profunda que saliera despacio, le rasgó las entrañas. Esta harta de su propia predilección por la tiranía. 

No hay concesiones a la esperanza, salvo la de reconstruirse a sí misma. Los relámpagos de verano parecen haber iluminado el interior y la verdad, esa clase de verdad que no hay que investigar sino que surge sola de las tinieblas anteriores, parece la única forma de no desaparecer del todo. 

Ella sabía que cuando volvieran a Londres dos coches distintos estarían esperándolos en el aeropuerto. Era lo normal. 

Y, como si recordara el poema de Wordsworth y el tiempo de esplendor en la hierba, las últimas frases son un anuncio y una puerta cerrada a la vez. 

La casa, las piedras calientes del camino, el fulgor del agua asomaría de vez en cuando a su memoria, sin duda; pero de él se olvidaría y lo relegaría a un rincón oscuro de su mente, al lugar donde acechan los fracasos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co