Ir al contenido principal

"Manhattan Medley" de Edna O´Brien


(Foto: Serge Balkin)

Como si se tratara de una confesión amistosa, de un recuerdo del pasado, de una charla con el hombre que, alguna vez, amaste en las peores condiciones. La voz narradora se dirige a él y le explica qué significó conocerlo, qué fácil fue dejarse vencer por los sentimientos y de qué forma vive esta relación clandestina, no la única para él, seguramente tampoco para ella, ni la primera, ni la última. "Manhattan Medley" es el penúltimo cuento de los que se recogen en el libro "Objeto de amor", una colección de relatos en la que las emociones están en primera fila. Más que los hechos, aunque existen hechos, pasan cosas, hay acciones, peleas, decisiones, encuentros y vidas más allá de las palabras. 

Me diste la señal, una mirada cómplice y un asentimiento, incluso mientras revoloteaba a tu alrededor un aquelarre de mujeres presas de una admiración evidente y efusiva. 

Él es un triunfador. Uno de esos hombres que concitan voluntades unánimes. Y se ha fijado en ella. 

Al abandonar una fiesta que se celebraba en tu honor nos arriesgamos al odio de la colérica Penelope. pero aun así nos fuimos. 

Es la historia de una aventura. 

De entre todas las cosas que pueden decirse del amor, la más extraña es el momento en que ataca. 
Una aventura. Es una palabra cargada de sentido. Inestabilidad, cambio constante. Las ciudades son los mejores escenarios para una aventura amorosa. 

La naturaleza del amor es la misma en todas partes, viene a decirnos, porque en todas partes hay personas. Y paisajes que las acogen. 

Solo los idiotas creen que hombres y mujeres aman de forma distinta. Los idiotas y los pedagogos. 

La pasión entre ambos, lo que ella llama el ardor, se manifiesta enseguida. Y también la distancia. La separación. La reflexión de lo ocurrido, la mirada en torno. Qué ha pasado y por qué, se pregunta ella. Y las respuestas le presentan a otras personas que también tienen su papel en esta representación teatral inmensa que es el mundo. Mendigos. Chicas que lloran por la calle. Hombres enamorados. Mujeres desairadas. Clarissa, su confidente. Stella y su hermana. 

La casa de la hermana de Stella era de madera blanca, idéntica a todas las casas de la calle, con un césped bien segado y una sensación de pulcritud y perfección. 

No estamos ante el verde paisaje de Irlanda que ya conocemos en sus libros. No estamos ante la ciudad de Dublín o la de Londres. Ella se ha escapado a América y allí las ciudades son nidos de rascacielos, de casas idénticas, de color blanco inmaculado y de limpieza exagerada. Una vida aparentemente ordenada que esconde las mismas convulsiones. Los mismos deseos, como diría el propio D. H. Lawrence a quien vuelve a mencionar aquí. 

Los motivos. El porqué. 

A menudo es la muerte de un ser querido lo que nos lanza a la búsqueda, y vamos de acá para allá, corriendo como liebres, conscientes de que no podemos sustituir a quien ya no está. 


(Objeto de amor. Edna O´Brien. Editorial Lumen, 2018. Traducción de Regina López Muñoz)

Comentarios

Tabuyo Alonso ha dicho que…
Me gusta mucho como escribe Edna O´Brien pero yo no soy muy de relatos. Puedo leer uno o dos pero luego abandono el libro. Soy muy inconstante con ellos.Siempre me propongo uno al día pero luego no lo cumplo.

Besos.
Caty León ha dicho que…
Pues fíjate que a mí me pasa lo mismo. Lo que no deja de ser raro habida cuenta de que yo misma escribo relatos. Pero con estos de Edna O´Brien me ha ocurrido algo extraordinario: me han parecido más intensos, explosivos, esplendorosos, que las propias novelas. Un abrazo, vuelve pronto por aquí.

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la