La extenuante costumbre de mantener la esperanza
Ahora el día tiene muchos colores. Cambia sin darte cuenta. Desde el amanecer, más oscuro si cabe que la noche, hasta el ocaso, ese momento en que todo es indeciso. Cuando pones el pie en el suelo ya sabes que tu cabeza va a procesar el estado de las cosas. Y te preguntas, sin tener muy claro por qué, a qué se debe tanta incertidumbre, de donde viene ese sabor a angustia y, sobre todo, quién te trajo hasta aquí. El recorrido del día se salda con entrega, un poco de agua de olvido rociada sobre los recuerdos, demasiadas palabras que no llegan y, al caer la noche, ese balance triste y un no ha podido ser.
De esa manera llegas a preguntarte y esto sí es una pregunta decisiva, qué parte de ti presentar al mundo; si ha de ser esa esperanzada forma de querer encontrarlo o si, por el contrario, debes darte la vuelta y ofrecer tu espalda. A todo esto, por mucho que interrogues o que busques, sabes que él ya no está, que se ha marchado, que su marcha no tiene frase alguna y que es un actor sin papel en ese concierto maquillado de luces a contrapié que quieres escribir, aunque no sabes.
(Foto de Nina Leen. Título tomado de un cuento de Edna O´Brien)
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