Ir al contenido principal

Días de lluvia y besos

Hay días de todo, como diría Mariano José de Larra si viviera y pudiera saludarnos por la mañana con uno de sus artículos costumbristas y sonoros, casi acústicos. Hoy es el Día del Beso y todas las redes sociales se han llenado de imágenes, de gags, de muñecos, de emoticonos y vídeos, recordando lo importante que es besarse y lo saludable que resulta mezclar las salivas y achucharse un poco. 

Cuando yo era chica creí que los besos de película eran solo eso, en las películas, así que no tenía ninguna gana de crecer porque consideraba que los demás besos eran una auténtica sosería, algo que a nadie podía motivar. Descubrir el error fue un gran motivo de satisfacción, porque lo contrario hubiera terminado con el género humano hace siglos. Así que el beso era beso, después de todo. 

Hay besos célebres, como este de la foto de al lado en el que una pareja se abraza y él la besa anunciando lo que vendrá. Robert Doisneau inmortalizó el momento y, desde entonces, parece que comprar flores, besarse y pasear abrazados es todo un rito que ninguna pareja enamorada puede soslayar. Luego está esa otra foto tan famosa que culmina un período de guerra y en el que dos se besan en medio de la calle. La decepción vino porque el fotógrafo, Alfred Eisenstaedt, no estaba haciendo una toma de una escena espontánea sino que todo tenía su preparación y su estrategia, como si fuera una performance. Esto le ha quitado valor a la imagen pero, aún así, no puede faltar en un Día del beso. El marinero que besó a una enfermera apareció de este modo en la revista Life. 


Los besos públicos son los de película. Tienen detrás una tramoya considerable, trucos sin fin y algunas anécdotas molestas, pero los espectadores no entendemos de eso. Simplemente esperamos que ocurra y, cuando ocurre, sobre todo si estás en un cine de verano, te hartas a aplaudir. Esto sí es un beso de verdad, piensas, y lo comparas, sin darte cuenta, con tu propia experiencia besuquística. Y entonces suceden algunos desastres que es mejor no contar. 


El beso que le da James Stewart a Donna Reed en "!Qué bello es vivir!" hizo vibrar a las adolescentes de los años cincuenta. Y el caso es que generó más de un problema sin solución. Los sueños no ocurren en la realidad, habría que advertirles. No existen en tu pueblo tipos como Stewart, a la vez caballerosos (aunque sea sin espada) y apasionados. No. Eso es cosa de la fábrica de las ilusiones y es una maldad por su parte hacértelo creer sin más. Nadie avisó de que esto no podía pasaros a las chicas de entonces y por eso hubo tanto llanto y tanta decepción. 


La larga secuencia del beso que encadenaba a Ingrid Bergman y a Cary Grant convirtió a la película en un cosa tórrida, más allá de espías y asesinatos. De modo que también ellos, la gélida sueca y el galán discreto, eran capaces de hacer saltar un barril de química en medio de la terraza o del asfalto. No recuerdo ya quien era el asesino, o si el microfilm estaba escondido en una botella o en un sarcófago, pero la escena del beso, con ese baile circular en torno a los dos, permanece en la memoria quieras o no. 


Lo peor de todo, sin embargo, no es envidiar los besos de Ryan O´Neil y Ali McGraw en "Love Story", esa pastelada de los setenta, sino recordar, con ese saber amargo de la derrota, los besos que nunca existieron, los que no te dio, los que imaginaste, los que no fueron, los que se han perdido, los besos que no florecerán, los amargos no-besos del no-amor, los besos invisibles. Esto del Día del Beso es una tontería. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co