Culpable de tristeza
(Henriette Theodora Markovitch. Dora Maar. 1907-1997)
Ella era una joven intensa y generosa. Tenía talento. Posaba su mirada en cualquier cosa y la cosa se abría como una flor. Podía comerse el mundo con sus manos. Tenía el encanto de la inteligencia y la ingenuidad de quien es inocente pese a todo. Ella estaba camino de alcanzar esa felicidad de darlo todo. De ofrecerle a los otros lo que era, a modo de collage, fotografía, cualquier asunto convertido en arte.
Pero lo conoció. Tuvo la mala suerte de que el destino lo pusiera delante y ya nubló su vista y ya no pudo ver sino su sombra. Dejó de lado los pinceles y la cámara, lo arrumbó todo. Se sentó a esperar en el silencio que él la viera, que él la mirara, que él la recorriera, que él la sintiera, que él la salvara o, al menos, que no la castigara demasiado. Tiró por el bajante de los sueños todo lo que su vida había previsto. Y pasó de ser una dulce mujer con ojos sonrientes a la persona triste que daba grima al verla, que él rechazaba al verla y al notarla tan cerca. Que él no quería tener por allí ni en pintura.
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