"Jane Austen entraba y salía de la mente de toda su gente como hacía la sangre que corría por sus venas"
(Virginia Woolf, ensayos literarios)
Los diálogos de las novelas de Jane Austen son el impulso que los levanta, les da credibilidad y los pone a la altura de los lectores. Vamos a escuchar esas conversaciones como privilegiados que somos por asistir a una reunión cualquiera o a una charla entre amigos. Esas conversaciones tienen el don de la coherencia y no hay palabras vanas ni de relleno, todas ellas cumplen su función y tienen, por otro lado, la virtualidad de que son los personajes los que hablan, rara vez la escritora se entromete aunque en ocasiones su voz surge, incluso directamente. Los diálogos de "Orgullo y prejuicio" sirven para darnos a conocer cómo son esas personas a las que tratamos ya como si existieran y en verdad sí que existen. Le otorgamos más veracidad a Darcy que a cualquier otro hombre que conozcamos hasta en persona. Darcy mantiene siempre su postura y su personalidad en todos los frufrús verbales que tiene con otros personajes y son bastantes. Incluso con su amigo, el señor Bingley, habrá de medirse porque esa amistad no significa para nada que estén de acuerdo ni en lo fundamental, o quizá es en esto en lo que no concuerdan. Virginia nos hace recordar las charlas de las noches de tertulia en Netherfield, pieza clave de la obra, porque servirán para que notemos la inclinación de Caroline Bingley hacia el señor Darcy, la escasa simpatía que esa misma señorita siente por Elizabeth Bennet, el cariño de hermana que esta le muestra a Jane con su visita apresurada, la atracción que Bingley deja entrever por Jane, la parsimonia y la vagancia del señor Hurts y sus hábitos, el papel secundario de la señora Hurst con respecto a la mandona de Caroline, la defensa de sí mismo y de sus costumbres que realiza el propio Darcy delante de Elizabeth y los demás, y, desde luego, todo ese tira y afloja de un triángulo (Caroline, Darcy y Elizabeth) que se manifiesta por primera y única vez. Dado que todos ellos están encerrados en una mansión, una noche de un día en que la lluvia ha caído intensamente, sin nada más que hacer que expresarse y estudiarse, no deberíamos pensar que mienten o disimulan.
Todo esto se plantea dentro de una "situación", que es como define los elementos de la trama la propia Austen. Una situación coyuntural que parte de la invitación de las hermanas de Bingley a Jane para que pase la velada con ellas y, de paso, las entretengan, porque estas señoritas tienen pocas habilidades para entretenerse solas. La cosa se complica de una forma sencilla que nadie llamaría antinatural y es el resfriado que pilla Jane Bennet al ir a caballo a la casa con amenaza de lluvia. Claro que las Bingley no tienen ni idea de que esto es precisamente lo que la señora Bennet andaba buscando negándole el coche cubierto a la joven para la travesía. Si Elizabeth Bennet le hace una visita yendo a pie y lustrándose así su rostro con el ejercicio, si Darcy se sorprende a sí mismo sintiendo cosquillas con respecto a ella y si ve el peligro al que se expone su amigo si sigue tratando a Jane, todo ello completa la situación con, lo que llamaríamos, "consecuencias". De modo que no solo vamos a conocer esta noche el carácter de Darcy y de los demás sino que vamos a anticipar sucesos posteriores. Un prodigio de estructuración del argumento de la reina de la novela.
Los diálogos dan ligereza a la obra y esa ligereza otorga facilidad a la lectura aunque nos equivocaríamos si pensamos que se trata de un elemento negativo a la hora de juzgar la calidad. Demasiadas veces pretendemos que la dificultad sea un aditamento necesario para que una obra tenga "peso", sea considerada bastante importante dentro de la literatura o para alabarla en el contexto de una crítica. Pero eso es así porque no nos ponemos en la piel de los lectores que son, al fin y al cabo, los destinatarios del libro. Ningún escritor escribe para la crítica o no debería hacerlo. Si existe la sospecha de que hay quien pretende, desde el momento de la escritura, convencer a los sesudos representantes de ese gremio, entonces estamos quitándole toda clase de autenticidad a lo escrito. Y así no habría nunca obras genuinas, intemporales, llenas de verdad. La verdad es la garantía de la sincera fórmula que un buen escritor usa para mostrarnos, para enseñarnos, lo que él conoce y los demás queremos conocer. Es un milagro de transmisión entre personas lo que se produce entonces con la lectura del libro.
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