(Handfie)
Hay quien se imagina a Jane Austen como una solterona recalcitrante, siempre pendiente de cotillear lo que sucedía a su alrededor para plasmarlo en sus libros. Alguien súper erudito, que solo tenía vida para reflexionar y para buscar argumentos. Es una reducción de la persona a personaje. Olvidan que fue joven, que tuvo infancia, adolescencia, juventud y que ella también sintió, como las heroínas de sus libros, como las chicas de su época y, añado, de todas las épocas, el deseo de enamorar y de sentirse bien, guapa, admirada, de conocer gente, de disfrutar de la vida, de reír y soñar. Prueba de que lo mundano le iba es que prestaba mucha atención a todas las novedades de la moda y para comprobarlo nada mejor que leer algunas de sus cartas entre las 160 que se conservan, escritas durante una veintena de años y conservadas por su hermana Cassandra, a quien iban dirigidas en su mayoría. En la carta número 20 de la colección de cartas completas, además de hablar de que asistió a una gala con conciertos, luces y juegos artificiales, también se detiene en asuntos de moda, en tipos de tela y en los adornos de los sombreros, una cuestión recurrente que a las jovencitas preocupaba. Era un momento en que el textil iba cambiando a ojos vista, porque los telares estaban en ebullición y se traían tintes nuevos y tejidos diferentes de las colonias. La moda estaba en pleno proceso de transformación y en pocos años cambiaría por completo, aunque no sé si todo el mundo considera que fue para bien, porque de la claridad de la ropa georgiana, de aire clásico, sencillo, rectilíneo e insinuante, se pasó a la pesadez de la victoriana, a base de tejidos espesos y colores oscuros, además de una enorme exageración de los detalles, de un recargamiento que para nada vivió Jane Austen.
Precisamente, el 11 de junio de 1799, cuando ella tenía veinticuatro años, estando en Bath, le escribe una carta a Cassandra, que se encontraba en Steventon y le dice lo siguiente: "No puedo dejar de pensar que es más natural que broten flores de la cabeza en lugar de frutas". Por supuesto que era un comentario en broma pero indicativo de que seguían muy al pie de la letra la enorme variedad de tocados que estaban poniéndose de moda, la mayoría por influencia francesa. En la cabeza se llevaba de todo: velos, gasas, plumas, frutos, flores, hojas, cintas, perlas... Estos y el largo de las mangas fue un lugar común de este período, que, por otra parte, inventó un gran número de prendas para abrigarse de la lluvia o el frío habida cuenta de que las telas de los vestidos eran tan ligeras. Pellizas, abrigos, spencers, capas, toda clase de modalidades para evitar los desgraciados resfriados y sus consecuencias. Un paraíso para las tiendas especializadas que concitaban la atención de las jovencitas y de sus madres.
Un año después, ese gusto por enterarse de todos los detalles de la moda en cuestión vuelve a aparecer en otra de sus cartas, en este caso escrita desde Steventon y dirigida a Godmersham, la mansión de los Knight, donde Cassandra pasaba una temporada. En la carta le habla de su capa, una prenda que estaba muy de moda y cubría del frío, lo que se antoja necesario porque la carta se fecha en noviembre y la humedad de las islas, cuando no directamente la lluvia o el helor, eran enemigos de la compostura femenina, también de que tiene una pieza de encaje para realzarla, así como del vestido que llevó a uno de los bailes, que era de muselina por supuesto y de su tocado, hecho a base de una peineta y una cinta.
Aunque nunca estaban sobradas de dinero, Cassandra y Jane buscaban la fórmula para ir bien arregladas, incluso coquetas, sin que ello supusiera un desajuste del presupuesto anual que su padre les tenía asignado.
¿Quién dice ahora que a Jane Austen no le gustaban las bellezas de la vida y del arreglo personal?
(Handfie)
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