La jauría humana




 La fiesta está podrida. El sábado noche es el momento en que los habitantes de este pueblo de Texas deciden dejarse sus buenas intenciones en casa y salir a la calle a arrasar con todo lo que encuentren. Mujeres que engañan a sus maridos; maridos que miran hacia otro lado (lado en el que, curiosamente, está el trasero de otra señora que no es la suya); ricos que mangonean a modo; hijos de ricos que, a pesar de todo, tienen su corazoncito; esposas de presidiarios que vivaquean entre el enamoramiento y la chapuza... 

Nos falta algo esencial, sin embargo, para entender este mosaico de emociones, este carrusel de sentimientos, esta noria de luchas internas, este espectáculo plagado de suciedad y belleza. Nos falta un hombre honesto. Que dé sentido a la historia. Cuya esposa no pueda estrenar un vestido en la mejor ocasión porque el sueldo de su marido no alcanza para tanto. 

Marlon Brando es aquí el mejor Brando. Mejor aún que en El Padrino porque puede ir de guapo sin resultar estático y mejor aún que en El último tango en París, porque no precisa amores Tulipán sino que se basta con un matrimonio con la atractiva Angie Dickinson. Brando es el sheriff Calder. Un sheriff es un hombre que, cuando todo se convierte en un lío monumental, cuando llegan los malos, incluso cuando está rodeado de malos en su propia oficina, sale y manda parar. 

A veces no es tan fácil. Hay terratenientes poderosos, gente que domina vidas y haciendas, que piensan que Escrúpulos es una isla griega. Pero Calder tiene la fuerza de la convicción. Eso que llamamos, a veces con rubor, “principios”. Eso que, si falta, es como si te movieras en la ciénaga de la vida. Eso que, si existe, te resguarda de la indignidad. 

El pueblo se desmadra al compás de una de esas noticias que moverían conciencias y sacarían a la luz lo peor y lo mejor de cualquiera. Cuando Bubber, el chico que fue por mal camino y acabó en la cárcel, logra escaparse e intenta hallar amparo entre los suyos, algo ancestral, mezcla de miedo y de mezquindad, aparece flotando en el aire. 

La noche va a llenarse, entonces, de ascuas de fuego que crepitan. Bubber es hombre muerto desde que decide saltarse la esclavitud de la prisión para adentrarse en la alambrada invisible de su pueblo natal. Porque, aunque él no lo sabe, a su manera también es un hombre puro. Y aquí no tienen sitio nada más que los canallas. 

“La Jauría Humana” nos interpela desde su ritmo variable, a veces trepidante y otras veces cansino, sobre la realidad de lo que somos y, aún más, sobre lo que estamos dispuestos a hacer para que no se descubra lo que escondemos. Hay una reflexión moral que termina explicando la tragedia. Porque es trágico, así lo afirman los dioses, el destino de quienes no teniendo nada, intentan sobrevivir a base de etéreos sentimientos o épicas actitudes en un mundo de lobos hambrientos. La montaña está llena de ellos. El pueblo, también. 


SINOPSIS:

Un joven presidiario, condenado injustamente, se escapa de la cárcel y se refugia en su pueblo natal, un enclave rural del sur de EEUU. Su llegada desata reacciones encontradas, desde sus padres, que sufren con la situación; su esposa, a la sazón amante del hijo del poderoso del lugar; y toda la gente del pueblo que decide convertir la caza del preso en el deporte rey del fin de semana. Solamente Calder, el sheriff, intenta mantener el equilibrio y la templanza en medio de una masa convertida en hienas sin control. 

ALGUNOS DETALLES DE INTERÉS:

De título original “La caza”, fue estrenada en 1966. Su director, Arthur Penn, contó con el magistral guión de la gran Lillian Hellman (la compañera del genial Dashiell Hammett había escrito también “La calumnia” y “La Loba”), sobre la base de la novela de Horton Foote. 

Excepcional la banda sonora de John Barry, así como la fotografía realizada por Robert L. Surtees y Joseph LaShelle. 

No hay que olvidar, tampoco, al productor, Sam Spiegel, que se involucró tanto en la película que tuvo que lidiar con disputas constantes tanto con el director como con la guionista. 

El reparto, de excepción, está encabezado por Marlon Brando en el papel de Calder, el sheriff. Su esposa es Angie Dickinson, con una actuación ajustada y llena de matices. Robert Redford, juvenil y prometedor, es Bubber, la víctima propiciatoria de este ritual de salvajismo. Su esposa le encarna una Jane Fonda encantadora y ambigua. Miriam Hopkins realiza un relevante papel como madre de Bubber. Por su parte, E. G. Marshall borda el perfil de rico todopoderoso acostumbrado a mangonearlo todo. Su hijo es James Fox, amante de Fonda y enamorado de ella de la forma más tierna posible. Otros actores son Robert Duvall, Martha Hyer, Janice Rule, Richard Bradford y la hermanísima Jocelyn Brando. 

La película, que se estrenó tres años después del asesinato de J. F. K. y dos antes del de Bobby Kennedy, muestra un feroz y despiadado retrato de las masas, cuando actúan movidas por el odio y la estupidez, perdida toda esperanza de raciocinio y de compasión. 

Aunque muchos críticos han querido ver un reflejo de los EEUU del momento, da la impresión de que cualquier país del mundo, cualquier sociedad, puede albergar cazas de este tipo, y que, de hecho, así ocurre en realidad. 

El trabajo de Marlon Brando ha sido valorado ampliamente por los expertos y por el público. Pero no estaría bien olvidar el pequeño pero sentido papel que hace Robert Redford, inconmensurable actor, a mi juicio superior a Brando en cuanto que éste se ciñe a ser él mismo en cada ocasión, mientras que Redford posee una amplitud de registros y una disciplina interpretativa digna de admiración. El Método contra el duro trabajo de estudiar los personajes. 


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