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Nosotros en la noche

 


Las viudas, y supongo que los viudos, jóvenes, sienten que ya nunca van a envejecer junto a la otra persona. Que, cuando sean mayores, no tendrán las tres C que hacen la vida más confortable y más humana: Compañía, Cariño y Conversación. De eso va este libro y esta película. La peripecia casi da igual. Unos viudos mayores empiezan a tener una relación personal después de ser vecinos durante años. Están solos o casi, porque él tiene una hija y ella un hijo y un nieto. Los hijos siempre se creen con derecho a dirigir la vida de los padres, quizá en represalia por el tiempo en que se sintieron dirigidos. Eso ocurre aquí y sucede en la vida.


Los protagonistas de esta historia son Robert Redford y Jane Fonda. Ellos vuelven a trabajar junto en unos papeles que les vienen como anillo al dedo. Y los recordamos cuando eran tan jóvenes y él corría para esconderse de una jauría humana que lo perseguía, mientras ella intentaba ayudarle aunque había dejado de estar enamorada. Louis Waters y Addie Moore llevan gran parte de su vida siendo vecinos en la apacible localidad de Holt, en Colorado. Ambos enviudaron hace años y acaban de franquear las puertas de la vejez, por lo que no han tenido más opción que acostumbrarse a estar solos, sobre todo en las horas más difíciles, después del anochecer. Pero Addie no está dispuesta a conformarse. De la forma más natural, decide hacer una inesperada visita a su vecino: «Me preguntaba si vendrías a pasar las noches conmigo. Y hablar...». Ante tan sorprendente propuesta, Louis no puede hacer otra cosa que acceder.
Al principio se sienten extraños, pero noche tras noche van conociéndose de nuevo: hablan de su juventud y sus matrimonios, de sus esperanzas pasadas y sus miedos presentes, de sus logros y errores. La intimidad entre ambos va creciendo y, a pesar de las habladurías de los vecinos y la incomprensión de sus propios hijos, vislumbran la posibilidad real de pasar juntos el resto de sus días.


Salir a bailar, almorzar juntos, vestirse con ropa alegre y de colores, moverse al compás de la música, mirarse de ese modo único, compartir ratos con el nieto y con una perra que llega a sus vidas para dar más luz a la soledad, lidiar con los problemas de los hijos, todo se convierte en otra cosa desde que están juntos. Y, aunque el sexo no es, para nada, lo primero, ni siquiera lo segundo o lo tercero (vuelvo a recordar las tres C) es cierto que hay tiempo para todo y noches para todo. La misma timidez de la juventud inexperta es la de los ancianos que han olvidado la ternura. Aunque hay cosas, según parece, que nunca se olvidan y, además, como dice ella "no tenemos ninguna prisa". 

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