Ir al contenido principal

Solo quería hablar de amor


Abrazaría a Gabriel Byrne sin conocerlo. Si me cruzara con él por la calle, en un acto social, en una librería, en la alfombra roja. Así que entiendo a Emmanuelle Devos, que, después de encontrarlo en un tren, decide buscarlo en París, la ciudad a la que los dos se dirigen, uno a un funeral de una amiga y ella a una oferta de trabajo. Lo busca y lo hace con la naturalidad de quien no puede hacer otra cosa. Cuántas veces nos ocurre eso mismo: hacemos lo único que podemos hacer. O mejor, lo único que no podemos dejar de hacer. En el tren ha habido un cruce escaso de palabras y muchas miradas. Es la mirada la que define el estado de ánimo de los dos. Esplendorosa Devos, atractivo Byrne. 


Ella es una actriz prodigiosa que hace de actriz. Tiene una forma de abordar el personaje que lo llena de verosimilitud. Todos creemos que, en verdad, ella se ha enamorado de pronto de un hombre al que ha visto en un tren. La película va afirmando el sentimiento hasta el punto que entendemos claramente por qué se ha enamorado y de qué forma. Emmanuelle Devos no tiene engaño en su forma de actuar, es como si estuviera sintiéndolo. Una prodigiosa actuación en una actriz de físico normal que juega con sus expresiones, con su actitud, con su increíble naturalidad. Ella cruzará la ciudad e irá a la iglesia donde él asiste al funeral. El cruce de miradas rubricará el encuentro. Y la habitación del hotel donde él se hospeda será el testigo. 


Las escenas de amor son deliciosas. Qué difícil describir el encuentro sexual y qué fácil hacerlo con intérpretes como estos, que rebosan sinceridad en sus actuaciones. Sencillez, erotismo, pasión, cada uno de ellos sabe que tiende hacia el otro, que necesita al otro, que busca al otro. Una maravillosa parábola del amor. Sin preguntas, ni respuestas, ni condiciones, ni compromisos. El atractivo de lo desconocido, de aquello que se ofrece sin más conocimiento que la mirada o el tacto o el deseo o la búsqueda. Increíble química entre ambos. Increíble seducción. Cada uno de ellos guarda detrás una vida, pero esa vida no mancha ni distrae la razón esencial de conocerse y estar juntos. Era inevitable. 


Gabriel Byrne es uno de esos actores que tienen en la mirada la mitad del trabajo hecho. Extraordinario intérprete de "Muerte entre las flores", por ejemplo. O de la serie política "Secretos de Estado". Su presencia en la pantalla exhala un perfume único y esclarecedor. Te sientes atraída inmediatamente hacia él, te pones de su parte. Esa mezcla de ternura, desvalimiento, tristeza contenida y pasión oculta, eso es lo que pone en marcha el mecanismo de la atracción. No puedes dejar de enamorarte de él en cada escena. Es tan irremediable esto como que Emmanuelle Devos lo siga hasta encontrarlo en esa iglesia de París, sin que él espere su presencia, pero, en el fondo, deseándola. 


A veces ocurre. Quizá te ha sucedido a ti. Tienes una vida medianamente feliz, razonablemente organizada, una pareja, una esposa, quizá hijos. Tienes, incluso, un embarazo que has ocultado hasta ahora. Pero estalla una luz prodigiosa en forma de otra persona que aparece y que lo cambia todo. Volverás a tu vida pero no será lo mismo. Y en ese interregno, en ese corto espacio de tiempo que vas a compartir con el otro, entenderás el significado de las cosas mucho más que en cientos de años. Por mucho tiempo que pase, aunque cruces el canal de la Mancha y vuelvas a tu país, por mucho que las estaciones se sucedan, a pesar de que todo parezca imposible, hay algo que nunca perderás y algo que no volverá a ser igual. Quién sabe si, algún día, el milagro se hace realidad. O no. Ambos solo querían hablar de amor. 


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es una película sensible, que retrata como pocas el amor y el deseo. Los intérpretes, en estado de gracia.

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros