"Un largo sábado" George Steiner y Laure Adler
La muerte de George Steiner lleva a profundizar en su obra. Este libro, hecho a base de conversaciones entre la biografista francesa Laure Adler y Steiner, a lo largo de varios años, recoge sus opiniones sobre temas diversos. Una miscelánea muy entretenida y llena de reflexiones que terminan haciéndonos preguntas. Dice Adler que cuando Steiner habla "trata de sorprenderse a sí mismo". Los caminos trillados no estaban hechos para él, incluso le aburrían. Esa mirada original, ese punto de vista suyo, eso distingue al genio entre todos los demás, meros cronistas de lo que existe y no de lo que puede haber detrás de las cosas.
El libro transita con sosiego entre temas biográficos y literarios, entre filosofía y política, entre las artes y las ciencias. El defecto físico que Steiner tenía en su brazo derecho trae consigo la primera gran reflexión. Su madre, "una gran dama vienesa", le hizo ver a los tres años que eso no era un problema sino una suerte. No tendría que hacer el servicio militar. De ese modo aprendió Steiner lo que significa aprovechar las oportunidades y ver el lado bueno de las cosas. Al igual que su madre, que hablaba francés, húngaro, italiano e inglés, la vida itinerante de Steiner y su educación políglota, le permiten entender el mundo y abrir los ojos mucho más que la mayoría. En 1929, año en que nació, la familia ya estaba instalada en París porque el padre, sin duda un hombre intuitivo e inteligente, previó que pasaría lo que luego ocurrió con Hitler. Y de París a los Estados Unidos, donde la familia está instalada en 1940. Steiner glosa las diferencias entre países sin pizca alguna de chauvinismo porque, al fin y al cabo, se siente un poco parte de todos ellos. Su condición de judío en la diáspora lo afirma más aún. A su juicio, es un hombre afortunado por tener la oportunidad de ver el mundo desde prismas diversos. Y por haber podido estudiar en universidades tan prestigiosas como la de Chicago o la de Harvard.
En ese movimiento constante que es su vida, Steiner volvió a París al final de la guerra y luego se marchó a Londres. Allí se convirtió en colaborador de un semanario, The Economist, en el que estuvo cuatro años, hasta que al ir a Estados Unidos como corresponsal llegó a Princeton para entrevistar al inventor de la bomba atómica, Oppenheimer, quien lo apadrinó para que entrara, como joven humanista, en el Institute for Advanced Study. Sus anécdotas con los grandes especialistas que encontró allí nos muestran a una persona deseosa de aprender y con cierto carácter irónico y no exento de estoicismo. Sabía que esos primeros años eran de asimilar todo lo que pudiera encontrar. La conversación que mantuvo con André Weil no deja de tener su enjundia. "Una persona inteligente se dedica a la teoría de los números puros. Una persona pasablemente inteligente- como yo- se dedica al álgebra tipológica. El resto es basura, caballero", le espetó Weil en una reunión de colegas.
Steiner envidiaba en cierto modo la "exactitud" de los datos que se manejan en las ciencias exactas, en lo que él llama, la "gran ciencia". "No se puede ir de farol en matemáticas ni en la gran ciencia: o funciona o no funciona. No se puede hacer trampa". En este sentido era muy crítico con las humanidades, a pesar de trabajar en ellas toda su vida. Decía que "un juicio crítico sobre música, sobre arte o sobre literatura no se puede probar". Esto daba lugar, según afirmaba, a los grandes "bluff" que podían hallarse en las críticas del arte. Además de esta circunstancia, también consideraba la ventaja que tenían los matemáticos en tener un lenguaje común en todo el mundo, lo mismo que los músicos o los artistas plásticos. Una recta es una recta en cualquier país, desde luego, y el pentagrama es universal, lo mismo que las notas o los silencios. En cambio, tal y como él decía cada vez que tenía ocasión, las lenguas separan a los hombres en pensamientos diferentes y conocer una lengua es, por ello, mucho más que aprender el vocabulario o la gramática, significa penetrar en un mundo que no es el tuyo. Su dominio de las lenguas fue, por eso, la principal baza que utilizaba para poder "criticar" las obras literarias de los grandes escritores. Su handicap fue, sin embargo, estos últimos años, su proverbial ignorancia tecnológica de la que hace gala en estas entrevistas. En su despacho no había ordenadores. En este sentido muestra Steiner una tozudez que se compadece poco con su inteligencia.
No solamente despreció los avances tecnológicos de la era de Internet, sino que no llegó a darse cuenta del papel que el cine ocuparía, como uno de los centros de la cultura, a partir de su desarrollo en los años veinte del siglo XX. Él mismo se preguntaba cómo había sido posible esto si (aquí se equivocaba) una película solo admite tres o cuatro visionados. El motivo por el cual sigue persistiendo en su error a la hora de apreciar el valor del cine se me escapa. Pero no tenía ninguna razón al afirmar la caducidad de las películas. Lo sabemos hoy con toda certeza. Una película buena. Incluso una película mala pero connotada con determinados elementos emocionales, no caduca nunca para el espectador.
Laure Adler desliza la charla en algunas ocasiones por los géneros literarios y el papel de las mujeres como escritoras. En este sentido mantiene una interesante discrepancia acerca del motivo por el que las mujeres han tenido tan escaso papel en la ciencia, en el arte o en la literatura, durante los siglos pasados. Incluso en la actualidad hay un déficit de científicas fácilmente comprobable. Steiner alude a que el papel de "madre" de la mujer, la posibilidad de crear una vida, ha colmado sus expectativas y hecho que renuncie a otras metas. No es algo que se pueda discutir sin más, porque es una temática compleja y llena de puntos de vista. Sin embargo, ambos acuerdan, y yo también estoy en esa misma línea después de pensarlo mucho, que "la novela se ha convertido en un territorio de las mujeres".
Este es uno de los pasajes más interesantes del libro a efectos de comprensión del fenómeno: "En gran medida la novela se ha convertido en un territorio de las mujeres. Son ellas quienes la dominan. Y la novela es precisamente la forma multilingüe y políglota por excelencia, que pone en escena distintos niveles de discurso y de vocabulario. Virginia Woolf era perfectamente consciente de ellos; escribió sobre el tema. Las grandes novelistas contemporáneas también han descubierto la incomprensión debida a la diferencia de género..."
Para Steiner mucho más desértico es el panorama en lo que se refiere a las mujeres poetas y cita, como ejemplo de excelencia, a dos poetas desaparecidas cuya obra tiene múltiples aristas: Ajmátova y Tsvetáyeva. Zenda recoge algunos poemas traducidos de Anna Ajmátova, representante de la poesía acmeísta de la edad de plata rusa, que vivió entre 1889 y 1966. Este poema suyo tiene como traductora a María Teresa León:
El libro transita con sosiego entre temas biográficos y literarios, entre filosofía y política, entre las artes y las ciencias. El defecto físico que Steiner tenía en su brazo derecho trae consigo la primera gran reflexión. Su madre, "una gran dama vienesa", le hizo ver a los tres años que eso no era un problema sino una suerte. No tendría que hacer el servicio militar. De ese modo aprendió Steiner lo que significa aprovechar las oportunidades y ver el lado bueno de las cosas. Al igual que su madre, que hablaba francés, húngaro, italiano e inglés, la vida itinerante de Steiner y su educación políglota, le permiten entender el mundo y abrir los ojos mucho más que la mayoría. En 1929, año en que nació, la familia ya estaba instalada en París porque el padre, sin duda un hombre intuitivo e inteligente, previó que pasaría lo que luego ocurrió con Hitler. Y de París a los Estados Unidos, donde la familia está instalada en 1940. Steiner glosa las diferencias entre países sin pizca alguna de chauvinismo porque, al fin y al cabo, se siente un poco parte de todos ellos. Su condición de judío en la diáspora lo afirma más aún. A su juicio, es un hombre afortunado por tener la oportunidad de ver el mundo desde prismas diversos. Y por haber podido estudiar en universidades tan prestigiosas como la de Chicago o la de Harvard.
En ese movimiento constante que es su vida, Steiner volvió a París al final de la guerra y luego se marchó a Londres. Allí se convirtió en colaborador de un semanario, The Economist, en el que estuvo cuatro años, hasta que al ir a Estados Unidos como corresponsal llegó a Princeton para entrevistar al inventor de la bomba atómica, Oppenheimer, quien lo apadrinó para que entrara, como joven humanista, en el Institute for Advanced Study. Sus anécdotas con los grandes especialistas que encontró allí nos muestran a una persona deseosa de aprender y con cierto carácter irónico y no exento de estoicismo. Sabía que esos primeros años eran de asimilar todo lo que pudiera encontrar. La conversación que mantuvo con André Weil no deja de tener su enjundia. "Una persona inteligente se dedica a la teoría de los números puros. Una persona pasablemente inteligente- como yo- se dedica al álgebra tipológica. El resto es basura, caballero", le espetó Weil en una reunión de colegas.
Steiner envidiaba en cierto modo la "exactitud" de los datos que se manejan en las ciencias exactas, en lo que él llama, la "gran ciencia". "No se puede ir de farol en matemáticas ni en la gran ciencia: o funciona o no funciona. No se puede hacer trampa". En este sentido era muy crítico con las humanidades, a pesar de trabajar en ellas toda su vida. Decía que "un juicio crítico sobre música, sobre arte o sobre literatura no se puede probar". Esto daba lugar, según afirmaba, a los grandes "bluff" que podían hallarse en las críticas del arte. Además de esta circunstancia, también consideraba la ventaja que tenían los matemáticos en tener un lenguaje común en todo el mundo, lo mismo que los músicos o los artistas plásticos. Una recta es una recta en cualquier país, desde luego, y el pentagrama es universal, lo mismo que las notas o los silencios. En cambio, tal y como él decía cada vez que tenía ocasión, las lenguas separan a los hombres en pensamientos diferentes y conocer una lengua es, por ello, mucho más que aprender el vocabulario o la gramática, significa penetrar en un mundo que no es el tuyo. Su dominio de las lenguas fue, por eso, la principal baza que utilizaba para poder "criticar" las obras literarias de los grandes escritores. Su handicap fue, sin embargo, estos últimos años, su proverbial ignorancia tecnológica de la que hace gala en estas entrevistas. En su despacho no había ordenadores. En este sentido muestra Steiner una tozudez que se compadece poco con su inteligencia.
No solamente despreció los avances tecnológicos de la era de Internet, sino que no llegó a darse cuenta del papel que el cine ocuparía, como uno de los centros de la cultura, a partir de su desarrollo en los años veinte del siglo XX. Él mismo se preguntaba cómo había sido posible esto si (aquí se equivocaba) una película solo admite tres o cuatro visionados. El motivo por el cual sigue persistiendo en su error a la hora de apreciar el valor del cine se me escapa. Pero no tenía ninguna razón al afirmar la caducidad de las películas. Lo sabemos hoy con toda certeza. Una película buena. Incluso una película mala pero connotada con determinados elementos emocionales, no caduca nunca para el espectador.
Laure Adler desliza la charla en algunas ocasiones por los géneros literarios y el papel de las mujeres como escritoras. En este sentido mantiene una interesante discrepancia acerca del motivo por el que las mujeres han tenido tan escaso papel en la ciencia, en el arte o en la literatura, durante los siglos pasados. Incluso en la actualidad hay un déficit de científicas fácilmente comprobable. Steiner alude a que el papel de "madre" de la mujer, la posibilidad de crear una vida, ha colmado sus expectativas y hecho que renuncie a otras metas. No es algo que se pueda discutir sin más, porque es una temática compleja y llena de puntos de vista. Sin embargo, ambos acuerdan, y yo también estoy en esa misma línea después de pensarlo mucho, que "la novela se ha convertido en un territorio de las mujeres".
Este es uno de los pasajes más interesantes del libro a efectos de comprensión del fenómeno: "En gran medida la novela se ha convertido en un territorio de las mujeres. Son ellas quienes la dominan. Y la novela es precisamente la forma multilingüe y políglota por excelencia, que pone en escena distintos niveles de discurso y de vocabulario. Virginia Woolf era perfectamente consciente de ellos; escribió sobre el tema. Las grandes novelistas contemporáneas también han descubierto la incomprensión debida a la diferencia de género..."
Para Steiner mucho más desértico es el panorama en lo que se refiere a las mujeres poetas y cita, como ejemplo de excelencia, a dos poetas desaparecidas cuya obra tiene múltiples aristas: Ajmátova y Tsvetáyeva. Zenda recoge algunos poemas traducidos de Anna Ajmátova, representante de la poesía acmeísta de la edad de plata rusa, que vivió entre 1889 y 1966. Este poema suyo tiene como traductora a María Teresa León:
La musa
Cuando en la noche oscura espero su llegada,
Se me antoja que todo pende de un hilo.
¿Qué valen los honores, la libertad incluso,
cuando ella acude presta y toca el caramillo?
Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el velo
Y se me queda mirando larga y fijamente. Yo digo:
«¿Has sido tú la que le dictó a Dante las páginas sobre el infierno?»
Y ella responde: «Yo soy aquella.»
Se me antoja que todo pende de un hilo.
¿Qué valen los honores, la libertad incluso,
cuando ella acude presta y toca el caramillo?
Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el velo
Y se me queda mirando larga y fijamente. Yo digo:
«¿Has sido tú la que le dictó a Dante las páginas sobre el infierno?»
Y ella responde: «Yo soy aquella.»
Por su parte, Marina Tsvetáyeva (1892-1941) fue poeta y narradora. Se trata de uno de los casos en los que la persecución que sufrió por parte de Stalin y el régimen comunista la obligó a llevar una vida mísera y a que su obra no tuviera el reconocimiento debido hasta bastantes años después de su muerte. A ambas poetas las destaca Steiner como relevantes demostrando así, como él mismo afirmará en otro momento, que sus gustos literarios no tienen nada que ver con los del gran público lector o con los de otros críticos más "oficialistas".
Con su devoción por Shakespeare, inquebrantable, Steiner establece un verdadero punto y aparte en la creación literaria. Considera que su vigencia es eterna y que en todos los países y contextos culturales tiene su sitio, precisamente por la universalidad de los temas que aborda. Para él, Shakespeare es el teatro, y por ello no necesita más explicación que escuchar y ver sus representaciones.
He aquí un libro que nos puede enseñar. A la par que conocer las ideas de Steiner sobre temas de interés, va a levantar algunas alfombras y emprender algunos vuelos. Nos hará interrogarnos sobre lo que pensamos y esa es su principal virtud. La genialidad aparece y también la burocracia. Todo un entramado complejo que tiene que ver con la auténtica creación, que es de lo que se trata.
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