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"La última noche" de James Salter


Salter escribe como si estuviera contándonos las historias sentado en un sofá, mientras nos servimos un café cargado y desplegamos un periódico en el que las noticias de sucesos hablan de bombardeos, de aviones que sobrevuelan países exóticos o de encuentros clandestinos en lugares inhabitables. Desenvuelve los diálogos de sus historias al tiempo que revela el argumento pero cuidando muy bien de que esté en su mano el último movimiento de ajedrez, la vuelta de tuerca que evitará el spoiler. Una trama misteriosa y, a la vez, evidente. ¿Cómo no sospechaste antes, al ver que era Susanna la elegida para compartir esa última noche con ellos, con Walter y Marit?

Walter Such es un traductor que escribe con una pluma verde y eso debería bastarnos para levantar nuestras sospechas acerca de él. Marit está enferma, muy enferma, mucho, enferma de esa forma tan nítida, con esos síntomas tan claros, con esa enfermedad que nadie nombra, aunque existe, prolifera, se lleva a los mejores y no tiene en cuenta edades, razas ni pensamientos. Marit es una carga para sí misma y quizá también para Walter aunque él nunca lo pensaría y tampoco lo diría en voz alta. Hay actos de amor que tienen una forma extraña de mostrarse. 


El cruce de palabras y frases entre Walter y Marit es inofensivo. Ambos están decididos y nadie presiona a nadie. Esa noche, la última, tienen dispuesta una cena por todo lo alto, con un vino muy caro, tinto, en un buen restaurante, un sitio al que suelen acudir porque a él le gusta comer, le gustan los placeres, eso se nota, casi todos los placeres y ella, Marit, no quiere entorpecer ese legítimo disfrute aunque solo quisiera sentarse en algún sitio y no pensar. O no sentir, tal vez, pero esto es demasiado complicado si uno tiene en la cabeza una idea fija, un plan que llevar a cabo, una intención, un método, un deseo, una necesidad, un algo que lo atrae y dirige sus pasos. 

Después de la cena sobrevendrá la culminante actuación de los actores en este drama que se desarrolla en unas pocas páginas. Un cuento corto, cortísimo, muy corto. Pero no siempre las cosas suceden como uno las prepara, como uno las desea, como uno las ejecuta. La vida, incluso cuando está pendiente de un hilo, parece disfrutar creando trampas, fomentando sinsabores, lanzando charcos de agua para que metamos los pies en ella y estropeemos nuestros preciosos zapatos, los zapatos dispuestos para el baile, el disfrute o el encuentro. 


Susanna, Marit y Walter no sospechan que la noche acabará en un nuevo día en el que las piezas del ajedrez van a convertirse en robots autónomos, a los que no puede moverse por mucho que se desee. Una auténtica rebeldía los empuja. Esto no es lo que esperaban. Ni es lo que parece. Es Salter. 

La última noche es un cuento perteneciente al volumen de cuentos "La última noche", escrito por James Salter y publicado por la editorial Salamandra. 

James Salter (1925-2015) fue primero piloto de las Fuerzas Aéreas de EEUU y posteriormente se dedicó a la escritura. Ha escrito tanto novelas, como cuentos y guiones para cine. De él merece la pena leer "Años luz", su libro de memorias "Quemar los días" y su última novela "Todo lo que hay", en la que desarrolla con maestría su estilo conciso, concreto, con diálogos que conducen el argumento como si se tratara de un coche de carreras. 

A pesar del escaso número de libros que escribió es ahora mismo un escritor de culto, reconocido por la crítica y que cuenta con un número de lectores cada vez mayor, debido al boca a boca que suscitan sus obras. Los salterianos reconocen en él un talento propio, original, escéptico y divertido, aunque con un fondo de amargura que recoge toda su experiencia de la vida. 

Las ilustraciones de esta entrada son fotografías de la gran Nina Leen, rusa emigrada a EEUU, que murió en 1995 dejando atrás una maravillosa colección de portadas de revistas, fotografías e imágenes, tanto a personajes famosos como anónimos, todo ello con exquisito gusto, mirada especial y calidad de ejecución. 

Comentarios

Silvia ha dicho que…
Qué descubrimientos, Kate. No tenía ni idea.

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