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"Un jardín en Brujas" de Charles Bertin

El problema de rastrear sin descanso entre librerías, editoriales y culturales es que se encuentran libros y que andas todo el día de sorpresa en sorpresa. Este, por ejemplo, que se publicó en castellano en 2015, es una delicia. Si te gustan los jardines y te gustan las abuelas, este es un libro para ti. Lo escribe el belga Charles Bertin (Mons, 1919-Sint-Genesius-Rode, 2002), de profesión abogado y dedicado durante un tiempo a la política. Pero Bertin siempre había escrito y, como suele ocurrir, la escritura termina venciendo a todas las demás ocupaciones, tarde o temprano. Bertin es un estimable poeta, luego novelista y después dramaturgo, que llegó a ser miembro de la Real Academia de la Lengua de Bélgica. 

"Un jardín en Brujas" es un libro sencillo, intimista, autobiográfico. En él se cuenta la hermosa relación que Bertin niño tiene con su abuela, a la que frecuenta en las vacaciones de verano después de acabar el curso escolar. La abuela es todo un personaje. Una mujer que quisiera haber podido estudiar y que no lo logró en su momento, lo que ha despertado en ella una notable necesidad de saber y de conocer todo lo que se ha perdido. El jardín del que habla Bertin es tanto el territorio de su infancia plagado de flores como el recuerdo de su abuela, con su firmeza cariñosa y su amor a la vida. No resulta usual que sean las abuelas las recipiendarias del afecto literario pero, en este caso, estamos ante un caso excepcional. 


Lo más encantador de todo es que la abuela no enseña al nieto sino que los dos van aprendiendo a la vez. Es un camino de doble dirección, no una clase magistral. No se trata de una señora sapientísima que se dedica a descubrir el mundo a los ojos infantiles, sino de dos pares de ojos, unos de niño y otros de anciana, que, al alimón, satisfacen el profundo deseo de conocer, algo que, si deja de acompañarte, anticipa el final de las vidas. La abuela Thérèse-Augustine está ansiosa de aprender. Y su nieto va de la mano en esos descubrimientos.

La abuela, además, guarda un secreto. Su íntima relación con la casa, el chalet, en que vive. Había una "complicidad amorosa" entre el lugar y la abuela. Los siete veranos que el niño Bertin pasó allí le mostraron que esa intensa comunicación existía, aunque fuera difícil de explicar y de entender. Y lo mejor de la casa era el jardín:

"Fueron muchas las horas felices que pasé en aquel deambulatorio de vegetación del cual fui la mayor parte del tiempo su único huésped, a excepción del gato de nuestros vecinos de al lado. Incluso en las horas centrales de los días soleados, reinaba allí una penumbra dorada cuya paz claustral me arrobaba y me inquietaba un poco"

Ambos, abuela y nieto, establecen prontamente las reglas de juego: "Las reglas eran muy simples: a su debido momento y a su manera, ella relataría la historia y la genealogía de la familia. Mi papel consistiría en escucharla, haciéndole, de cuando en cuando, alguna pregunta inteligente. En agradecimiento, al final de la entrevista, recibiría un berlingot hecho con pasta de almendras"

Las preguntas que el niño hace a la abuela apenas tienen respuestas porque ella misma se confiesa deseosa de aprender. Sus informaciones eran escasas pero su asombro ante el mundo, su deseo de saber era infinito. Esto es algo normal en los niños pequeños y un regalo del cielo en las personas mayores. "Nuestro deleite, nuestro fastuoso y suntuoso deleite, se fundaba en aunar nuestra falta de ciencia y nuestras curiosidades para descubrir juntos las respuestas que se nos escapaban"

Las circunstancias familiares hacen que las visitas veraniegas del niño a la casa con jardín de su abuela vayan escaseando. Entonces aparecen las cartas como un medio único para que esa comunicación permanezca. No es lo mismo pero se mantiene el lazo de la curiosidad de la mejor forma que saben. Cuando la abuela muere, el niño pierde no solo a un familiar querido sino a un referente de su manera de enfrentarse a la vida. "Me temo que no sea vano esperar que una milagrosa dispensa de las leyes que gobiernan el reino de los muertos te autorice, incluso en el espacio de un instante, a acabar con la distancia que nos separa"


Un jardín en Brujas. Charles Bertin. Errata naturae. El pasaje de los panoramas. Traducción de Vanesa García Cazorla. Título original: La Petite Dame en son jardin de Bruges. Edición castellana de 2015. 


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